miércoles, 24 de enero de 2024

Ibn-al-Rumi (a por desde). POÉTICAS

acunas mi corazón en el techo
de estrellas recostada, 
y entre ellas te confundo
pensamiento, llama que lleva
oculto mensaje en hojas de fuego.
Postrado va mi gesto nocturno 
hacia el sol durmiente: su luz ansía

descubrí mi pecho para mostrarme  cicatriz, vaga noticia
de una edad dorada, de la tierra
de tu amor sedienta. Pedía
en su espera el latido aquel, 
y se dormía, recostado, 
como estrella recién nacida.
Nebulosa madre acuna
al niño entre sus velos: flota,
como antaño, sobre sus tierras.
Todo gira en perfectas sincronías, incluso el astro golpeado
por un asteroide extraviado
para que estés junto a mí,
ahora, recostada, idea profunda,
latido antiguo. No puedo
retenerte sin petrificarme
sal de tierra y su quebradiza
sequedad. Siga la vid su vino 

me susurra el polvo su ansia,
desaparecer en él, ser 
sin más brillo que un reflejo,
mendigar la luz de unos ojos,
saborear su crudo, agridulce poder 

lo que llamas vivo
es búsqueda, pensamiento
que ronda urbes como cementerios, corazones latiendo 
en estrellas apagadas

"y no me dejes nunca más"
le cantabas al corazón, tú
que conoces sus secretos,
sus más luminosas flores,
sus más oscuras raíces. Ven,
le decías, dónde crees que estás

cada despertar un lapsus de infelicidad, el beso de un alba descomunal, la total inversión de tu percepción. Vuelves a recordar el corazón primero, la noche en que lo real era absoluto sueño. Acalla la consciencia por una silenciosa, abrumadora conciencia. Nada se mueve. Ahí está la Luna engrandecida de estrellas punteada, un firmamento en suspensión, mi cadaver gigantesca sierpe saliendo de su envoltorio, todo suceso a la velocidad de la luz, un recién nacido que el vacío flota: la caricia del éter le divierte, toda mano, todo labio, el beso al corazón de un ser descomunal. Se esconden los cuerpos en este clímax de vida. "Y no me dejes nunca más", le cantaba el bardo aún si no había cuerpo 

pasean mis preocupaciones 
por el bazar de las causas, quedan en las tiendas del desenfreno, no se encuentran. Inclinadas, torcidas, desequilibradas, aceptan cualquier engaño, el brillo de cualquier baratija, la imagen que las calme, un patrón oro. La sangre hierve como testigo de vida en cualquier abismo. En la cima se hiela. Y proclamo mi Estado de Dependencia de todo lo que me rodea: del aire que respiro, de la tierra fecunda, de los seres queridos y no queridos, de mi país vecino y distante, del gobierno que me legisla, de mis sentidos y miembros, del cerebro de lo orgánico y lo inorgánico, de los neutrinos que me cruzan, de una mariposa alienígena...De lo que mis ojos ven algo más allá de su nariz, de lo que no ven, tan infinitamente oculto: va la perla creciendo. Allí el canto de los pájaros, el corazón de tu universo y sus interminables arterias, la subpartícula de la subpartícula de la subpartícula, tan invisible, tan tú mismo. Flamea tras la tormenta solar, tras el frío espacial. Allí la fuente generosa que nutre la vida, tan tú misma llenando mi pecho 

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