jueves, 1 de febrero de 2024

Enheduanna. POÉTICAS

la bienamada furia de mis cielos es verdad impía, salvaje mediadora entre frecuencias.
Se torna el lugar latido puro,
restaura el auspicio de las cosas, 
el día se viste de túnicas flotantes
que con la luna se confunden.
Se eleva el lugar 
hacia sus legítimos umbrales,
queda su poder intacto
de abisal belleza 
 
tu esencia señorea toda plenitud
particular, cada esplendor
sin especie ni género, cielo 
y tierra amándose en cada pecho,
cada templo de materia encendida,
cada ornamento que lo celebre. 
Se viste de un deseo altivo,
salvaje mediador que os hará
fecundos. Señorea guardiana 
de todo pensamiento y sus manos de luz, de cada elección y su tacto, cada latido 

a su servicio me rindo,
que entré rebelde en el templo
como príncipe en ciernes
con mis rituales de juventud.
Sí, portaba el canasto 
de flores silvestres alabando 
sus odoríferas potencias
hasta embriagarme, hasta ser
arrojado a su más tenebrosa resaca. Allí llegó la luz
oculta de todo a mi alrededor,
de las sombras que lo cubren,
el entapizado de un desierto 
majestuoso. La belleza
en cada grano de arena,
el silencio en cada duna.
Mi boca sólo conoce la confusión,
el cesto es ahora ceniza

el dragón despierto y su ángel
guardián giran en una rueda
de equilibrios, ruge y canta
entre tormentas y calmas, 
reverdece y marchita en los ciclos
terrestres y espaciales, frena
y acelera nuestro paso por el orbe,
inunda el valle 
de mi propia montaña. La Luna
recuerda mi reflejo agradecida,
y la esencia de un fuego primigenio que no tiene ascendencia.
Señorea montada sobre las bestias,
reparte los dones
que habrás de descubrir
sin acabar de entender

tu veneno de sierpe
sobre el mundo requiere
su antídoto, el trueno violento la ceniza que nutra un nuevo bosque. 
Me inundas montaña abajo, 
me cabalgas abestiada 
con tus más indescifrables ritos,
en aras me tomas 
de un entendimiento 
al que no accedo 

absorto en las tormentas 
te doy mis alas, y piso tierra,
cada aleteo un amor lejano. 
Sirvo a tus decretos 
sin oír tu voz en la llanura ruidosa,
se empinan las colinas
obligando reverencia, acentuando el peso de mis piernas
que, temblorosas, acuden al rayo
y al trueno clamando consuelo. 
Te trae el tiempo el acto reflejo,
su sentido de justicia.
Se ha calmado el cielo,
un suspiro lleva tu aceptación,
vuelven a cantar los pájaros 

todo los poderes señoreo,
un himno de luz turgente,
una radiación incesante,
la perpetua cópula entre cielo
y tierra coronándome
de florida tiara, guardando
mis órbitas por el sistema,
sosteniendo mis manos en círculo 
por el que todo cabe.
De mi pecho cuelga anillo de oro 

en la batalla derribas opuestos,
siegas la tierra de tallo duro,
y el miedo embistes
con la tormenta rugiente.
En mí truenas desencajando
el corazón 

de tu sagrado impulso me hablas, de tus ancestros constructores de ciudades, de mi pertenencia a las tierras que descubro, de tus pies
alados llevando información
entre universos, de mi humana fertilidad a semejanza de la estelar, doméstica supernova que de exceso revienta. Tengo el granero
lleno de semillas, un tesoro
de potencias, mientras habla
la ciudad de amores desencontrados. Desnuda,
pululan sus habitantes impetuosos
mientras, en venerable tránsito
la estiran 

un arpa de suspiros
les canta su marcha fúnebre

corren números desnudos
por la montaña, báquicos ríen
y se mezclan pisoteando
las plantas, quemando los árboles 
para seguir montándose los unos
sobre los otros 

por tí los ríos, mi sangre, la montaña que espontánea viene, el desfile mundano y sus danzas de la lluvia, mi alma cautiva 

engrandecida señoreas los agudos farallones del alma mundi, que con tu mirada afilas, corazón furibundo que todo, en su destemplanza,  empequeñece. Señoreas los reinos de calma donde la bestia, apacible, reposa, eres hija de la reverencia extraviada, eres la tierra que me forma, mi bienamada 

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