excéntricas ramas me anudan
a los extremos del cosmos,
viene el viento de allí
la tierra con sus visiones
me arrasa, y verdes flamean
los árboles con sus puntas brillantes volcándose luz.
Las flores, abajo, se ladean
en sumisa reverencia
tu amor aviva el poema,
un sol que se derrama.
En todo flota
con suprema liviandad
se han encendido las orquídeas
de violenta apropiación
he hecho mía la inmensidad,
poetisa docta que me llama hombre, que muerde mis sentidos con palabra cierta, que tras de mí
camina con infinitas formas
simulando movimiento
azuzan las punzantes ramas
todo un corpus de pensamientos
comprimiendo la tierra,
un atajo hacia sus frutos
por ese amor
la nueva primavera
en completa ascensión
habrás de bajar a la llamada
de una memoria creativa,
logros de especie renovando
iniciados en lugares apartados,
implicando a las hordas del destino en alterados movimientos,
abandonándote a tu suerte
y ese pero rezumará indefinida mente extendiendo tu tiempo
el supuesto error es aliciente de territorios insospechados,
una composición del entonces
que abre nuevas rutas, un cruce
de caminos que te ha devuelto
a tu centro donde, por un instante,
te creerás perdido. Sí, bajaste
a la blanca llamada
de los recuerdos
como composición
la imagen correcta restabléceme,
viene el viento de allí
el ocaso despierta a sus sombras, viven el muriente brillo
de la vigilia, parece apagarse
en tí el sol de la mañana, apacigua una bendita somnolencia
la voracidad de los deseos matutinos, la noche avanza
hacia un amor conforme
anhelas resurgimiento,
la lucha del amanecer,
un llegar temprano
habrás de bajar la desesperanza
duna abajo en un desierto, caer
en el sueño profundo
donde todo está velado,
añorar tus ojos despiertos
a la suntuosidad de la vida,
dar la vuelta un giro más llenándote de amor, indestructible ciclo
me colgué de tu rama y sigo vivo
fue la ventisca de ayer nevosa
furia paralizando las horas,
fue pereza emocional arrastrando
los sedimentos del pensamiento
caduco hacia profunda sima.
Se habían hecho los años maraña
helada, una arboleda entera
que talar por oscuros callejones
con manos congeladas, salvaje
soledad sin retorno. La ventisca
iba cubriendo huellas
la lengua se dividía y encogía
en disparatadas ramificaciones, quería abarcarlo todo
a todo llamaba el dolor
con lumínica velocidad,
crujían del alma los témpanos
en las noches más frías, mis pasos
deformados por cada línea
de nieve rígido de ventisca
en el claustro de las sombras.
"Hay una puerta, niña..." sonaba
detrás de las piedras. Ella,
por encima de cualquier atisbo
de enfermedad, cruzaba el atrio
sombrío con gélida sonrisa.
Algo susurraba Azrael! Azrael!
Y creía ser yo.
Se abre una puerta al fondo:
ilumina la luz una escalera
hay aire en ese impulso,
hay un luego que ondula
en mis narices
el sol está tejiendo sus líneas
a través de mi cuerpo, y corre
su aguja por mis venas transmutando miseria
en compasión
"decayendo lento sobre la acera"
gemía el vate aginebrado
en su patética hemorragia
el embargo del estilo llegaba
desabrochándome las formas,
los botones de un nuevo vestido
en habitaciones desconocidas,
otoños de estampa entre mis manos, los hilos de un cuerpo
de seda. Mis venas se hinchaban con sórdida apetencia
que el invierno esculpiría,
gélido viento arremolinado
saben los árboles de lo que hablo,
sus troncos crujen cuando al viento se lo cuentan
callada mastica mi alma vieja
los frutos concedidos, alienta
la savia que pinta de verde,
afila la punta de su rama
que maduren sus brillos. Sabe
lo que hablo, sabe
el joven mundo a ella
cualquier estilo que fuere
se deshace en mitad de nada,
viene el viento de allí