martes, 26 de marzo de 2024

(a, por, desde mi maestro) Ricardo Llopesa. POÉTICAS

se van los años de un trago,
se hace la espera cielo
de cruda justicia 

cuello de botella 
en un querer pedigüeño 
te tiene, su vino rancio 

descansa el ahora
en una sencillez compartida 

se ha alargado el cuello de amor salvajino. Veo por él mi techo 
de estrellas, y en su titilar voluble
orgullosas tal el espíritu
de mis sueños. Allí, 
donde mis caderas se abren, reposa la noche en una quietud 
blanca 

se ha adormecido la parra 
en mi huerto, los pájaros le repican
que de tanto trino se embriagan.
Juntos, añoramos su fruta 

me ha acostado la noche
entre las ramas. Mimosas 
se yerguen por tocar
aquella estrella con su punta 

se hace la parra memoria

fui por amor creado y destruido,
fui parto y deceso como fruta
que el viento dispusiera,
soy hija de cualquier semilla,
sacrificado insecto 

el yo te ama porque eres,
sin nombre, sin ultraje, sin tacha,
sin la violencia infame
que te desmembró,
inmaculado recinto 

es tu ausencia día acosado,
una falta de aire en tu costillar,
una herida tensa de mano virgen
hurgando en mis labios 

me pinta el ahora un retrato
con trágico velo, el genio asoma 
su alborotada barba, 
su amarillenta bilis, 
una anciana soledad
que el recuerdo atrapa, la piel terrosa acartonándose.
Y sin embargo dios
corazón en mano

me invoca tu nombre
de lunático conjuro, su sombra
evoca cuerpos perfilados
en su contraluz: altiva llegas 
reconociendo mis ojos de vidrio.
Te sirvo la mesa 

es mi inmundicia inframundo,
cuarto de revelado donde voltear 
lo percibido, una alquimia 
del subsuelo, vegetal magisterio 
al que desciendes por libar 
su savia, la justa dosis 
que no quema. Duerme la bestia
de nuevo con su velo de musgo,
y en la copa del árbol escriben
las ramas sus mejores versos.
Galantes aves los cantan 
en una liturgia de eternidad 

vierte el poeta su vino
a los corazones dorados

lleva madre a sus vástagos
con devota entereza, alegría
y miseria en tí conviven 
con difícil templanza en el oscuro
cuarto de las revelaciones. 
Suben al ático por respirar
entorno, tierra húmeda
donde revivir la hierba. 
Había sido su muerte dulce
dejándose hundir sin queja
en el secarral. Y besé sus labios
fríos de infinita paz. 
Arriba ayudan las montañas 
con su roca austera. Bebo allí
de su fecundo cáliz 


va el poeta en su féretro 
de absenta bañado, un príncipe
de vagabundos ebrios 
de sinestésica glotonería,
la ardorosa digestión 
de sus infiernos. Lo veo pasar
desde mi ventana, el viejo trasto

recuerdo al poeta joven olvidando sus versos al quemar la noche,
hiriéndose los pies por la calleja
gris, arrastrando la lengua
por un río de alocadas lenguas 

impregna lo divino toda maestría
que el tiempo pervierte
en necesario giro: habrás de ver. 
Y habrás de compartir,
aún si la mugre te ahoga, 
aquellas noches de baile
con las viejas ruinas de los siglos, 
el fuego verde que te ardía,
tu amante hecha de luz 

No hay comentarios:

Publicar un comentario