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Sólo sabía el número de portal. No se veía luz alguna. No se oía nada, hasta que el perro del vecino empezó a ladrar a pesar del sigilo con que había saltado el muro bajo los árboles. Así que abrí con la ganzúa tan rápido como pude. Efectivamente, todo a oscuras. Saqué la pistola, le había acoplado una linterna led bajo el cañón, muy útil para estas ocasiones. La luz de las farolas iluminaba el centro del salón, no habían echado las cortinas. Todo parecía en orden. La cocina, el servicio, los dormitorios…Fue al abrir el cuarto de baño del dormitorio principal, la puerta topó con algo, me eché hacia atrás y apunté. Recostado en la pared empujé con la pierna derecha. Apenas cedía, había algo en el suelo que obstaculizaba firmemente el giro. Un pie con zapatón de cordones. Mi cerebro tensó todos y cada uno de los músculos del cuerpo afinando los sentidos a su máxima agudeza: ni un sonido, ni un olor extraño, inusitada quietud. Forcé la puerta con mi pierna tan rápido como pude en un amago de entrar al cuarto de baño y raudo me deslicé por la pared del pasillo hacia la derecha. Sí, estaba dentro, el sicario estaba dentro y picó el anzuelo al creer que había entrado en el cuarto de baño. No dudé, le descerrajé la bala en el centro justo de su frente sin poder evitar el riego de sangre y sesos, no tuve opción. El silenciador permitió que sólo se oyera el espaldarazo del cuerpo roto al caer.
Mientras juntaba los cadáveres en el cuarto de baño iba entendiendo que se había desatado una invisible guerra sin cuartel, una limpieza general de todo rastro que pudiera conducir a las cabezas políticas que en su momento se pringaran en el negocio de enriquecerse en connivencia con los bancos. Ácido, ácido para estos dos, me decía el momento. No, no, a la vista, que estalle todo, van también a por mí, soy parte de la pringada. Una foto, el móvil, flash, ahí está, rápido, sal de aquí. Se me agolpaban las voces en el cerebro, se me montaban ambas realidades, la inmediata enfrente de mis narices, cómo salir de allí indemne, claro, habrá venido acompañado, un chófer, en qué lado de la calle, y el montaje paranoico de los que acceden a la información y al dinero y abusan ensuciando su vida y la de todo un país lleno de personas con nombres y apellidos a los que hacen sentir sus vidas como miserables y sin sentido, por el jardín de atrás, no llega allí la luz de las farolas, no veo desde el dormitorio la calle de atrás, el muro, el chófer le espera detrás de ese muro, salto al inmaculado césped y llego hasta el muro casi de cuclillas. Palpo en mi chaleco: sí, llevo el alambre. Lo preparo antes de saltar el muro. No, hay una puerta trasera, me acerco, un coche negro con alguien dentro, no se ve gente, ha de ser muy rápido.
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