(Y)LÍRICO II
Libertango. Astor Piazzola
adoraba el niño sus deseos,
su creciente liberalidad, el brillo
constante del tiempo que de vida
le rodeaba hasta saciarlo
libraba una danza secreta
que no desfallecía, el aire
en su pureza se cosificaba
sobre las aguas bailaba
sin necesidad de puerto,
rompía en las rocas todo ritmo,
rezaba entregado a los poemas
de la calle, impolutas aceras,
a los ancianos del mundo viejo
sin más credo que el de sus sentidos
voluble me bailabas las plazas
abriendo compases de antaño,
cambiantes ecos del entorno,
danzarines siglos clamando
libertad, exacerbada creación
de una hiriente sensibilidad.
Rompías certezas con estilosas
suposiciones, vacíos epítetos
huyendo de toda etiqueta,
rechazo de toda adscripción
cueca, choro, danzón, romancero,
la alegre abertura en que todo cabe,
jungla y plaza, erial y murga
urbana, una sinfonía de los colores
tu temor diluyes emitiendo juicios
que hasta hacerse sólidos te reverberan,
rebotada piedra que, inseperada,
te alcanza, sagrada y geométrica
física de primordial vehemencia,
dura tierra, ruidosas calles
me conoces, cuervo oracular,
me conoces, mi buena tormenta,
mi necia e hipócrita forma,
mi santo y libérrimo espíritu
no cede la creación al tiempo,
conquistadora constancia del ego,
cómplice o enemiga según él,
receptiva o agresiva, dual,
y a ella te consagrarás
tras morir en su reino
construye el sueño fábulas con cachitos
atemporales de vigilia donde la línea
entre vida y muerte se desvanece,
entre amor y odio; fabula como niño
con pinturas de cera cachitos
de conciencia, conquistadora constancia,
irreconocible amor sin forma:
me sueñas niño en un jardín
temes tu propia libertad girando
inaudita con tu entorno, un minuto
y se secciona cruenta, eléctrica
sin admisión de cambio, sepulcral,
devastador silencio del vacío:
te encontró, amor, tu anciana alma
es el niño en vientre de estrellas,
eres madre de tu propio cosmos,
dádiva celestial que en ti vibra
aún si no la escuchas, secreto
don que gira en tu adn
como sierpe que se enrosca
entre moléculas de polvo,
lácteo giro del que mamas
de niño la adoré, crecí deseándola,
mi libertad, mujer de tiempo y luz,
hasta el dolor la quiero,
y hasta la soledad
adoraba el niño sus deseos
sin género como epígrafes
lumínicos en el tiempo,
espinada rosa en su jardín
se llena la plaza de pensamientos
danzarines, veleidosos. Juegan
con las formas como músicos
de una orquesta inmensurable,
me alcanza alegre una corchea
tu silencio me comprende,
me siente en sus entrañas
preso de infinito amor,
vientre de estrellas, volátil
astro sujeto a gravedad,
grácil átomo que desaparece
la armonía es absoluta otredad,
relación que se disuelve en Ello,
la breve sensación de eternidad
por murmullo fricativo barrida
osado insistes en tu desnudez
absuelto de duda por segundos:
ya perdiste. Madura cosificación
de tu pureza innata, latente vida
a tu comprensión indiferente
se deshilvana tu tiempo,
cachitos brotan aquí y allá
contándote emociones, pasto
eterno que despierto rumias,
liberados espectros con traje de luz
me iniciaste marcando mi pulso,
entrándome piezas de cosmos,
motivando una electricidad
omnipresente, percutiendo
en mis sienes desde los confines
del conocimiento, absoluta otredad
la armonía intuida, una dádiva
este cuerpo seccionado brinda
su esplendor marchito en melodías
terminales, su decadencia expone
a la orquesta inverosímil
de los elementos, periódica
tabla, fundido de imágenes,
piezas consteladas sin audiencia,
una musica instrumental, práctica
amas ser en tu entrega,
sin huesos, sin ofensa, sin miedo,
amas tu perfecta desnudez
sea esta letra alfa, omega
de tu canción eterna, balada
zoológica escribiéndose
en la corteza de tu cuerpo
inacabable, texto que la estrella
te recita cada noche, adorable
niña: adorabas mis deseos
sin más credo que la libertad
Náufrago. Siddartha
te señaló el árbol hechos inidentificables
sin más mensaje que su luz,
sin más intención que verdadero
pensamiento: vida eterna, su flujo
unitario de sereno júbilo a pesar
de ti mismo, una suerte de plasma
del que emergen las formas
indiferente a tus creencias,
probadas, sin probar. Brillan
entonces las cosas, se iluminan
sin dueño, sin causa: eres
de amor lloras tu propia trayectoria,
tu material longitud, sauce originario
donde se hace oír la sierpe de cascabel,
una propuesta iniciática, tu reconocimiento
debutas amanecer como un nacimiento
más, cualquier amistad ladeas como muñones
de tiempo que flor a la intemperie se abren,
puertas que en soledad aparente atraviesas.
Dejas marca; luego nunca está. Inicias débitos
vitales que no pagarás con la misma persona,
si acaso un naufragio en una isla desconocida
donde recoger vacías pechinas, el canto
de extraviadas sirenas que incandescente duele
sea tu final un último mayo
en presencia de la ciudad de vida
hirviente, nacer de nuevo
a la memoria perdida
soy estoy, onda partícula
en perpetuo giro yingyang,
su centro punto de infinita densidad
donde la aparente contradicción
se diluye, lapsus de eternidad,
santo instante concedido, portal
de absoluto, la creación en tus manos,
que ahora sí, se tocan
de la luz me sacaste a esta gravedad,
esta palmatoria de pequeño cirio
del aire dependiente, esta venta
continua del desamor y sus agravios,
chirriante tono de angustias camufladas
cazándote desde la especialización
evolutiva, este disco de surcos abarrotados
por nuestros detritos, este naufragio
perpetuo de los corazones. Vibran
las lenguas como cascabeles de sierpe
en desértica orilla. Alza el náufrago
la vista tumefacta por las algas verdosas
en su frente. Deletrea su nombre en la arena
endurecida, muñón cicatrizado como prueba
de vida, que ladeas. Brilla Marte repentino
ángel del amanecer sobre las rocas,
temas que conforman tus conceptos,
procesos de composición y descomposición,
se graba el bosque en tu pecho,
una larga soledad acompañada
fuiste parte de tu elección, sencillo
canto del giro perpetuo, aquí, ahora
no te desprendes de tu propia arena,
esa materia que como pensamiento
te arropa, cada momento un sentir,
escurridiza vida de la búsqueda
infructuosa, isla tras isla dejando
ilegibles signos, reflejos de experiencia
enriquecida, pequeñas, fugaces armonías
íntimas, pegajosas voces del tiempo
te señala el árbol ofrendas
que no ves, desestimas su sencilla
verdad con histórica extrañeza,
tu memoria aprendida, recalcitrante
humo que vela el color, poema
náufrago del nunca, derruido
castillo en cualquier orilla
cuesta tan poco la palabra amable,
la sonrisa de tus aguas fluyendo,
su escucha primorosa tomándote
la mano, el reconocimiento de tu ser
como ancestral melodía. Se deleita
el árbol con tus sentidos amante
de ese flujo, las artes de tu agua
lírica, sus metáforas entregadas
eres parte de la nave naufragada,
canal abierto a la emoción mundana,
polifónico canto que de nombres se alborota.
Aún te sonrojas en las tramas estacionales,
aún hablas infantil buscándote en los otros
te aborda el árbol con sus hojas
de nombres repletas, tu regreso
al silencio, tus rocosas escenas
con sus temas de amor y desamor,
los diversos rostros de la soledad
por ti, solista inaudita, doy título
a cada naufragio, un tema
a cada recorrido, un concepto
a cada llanto
se lanzaron los años a su espiral serpentina,
giran en tropel por el cosmos de información
repletos, jalean nombres y fórmulas, incluso
su propio silencio inicial. Fluctúa la materia
cataclísmica, se ondula en ondas de acción
reacción, creación destrucción. No asimila
mi pobre físico sus dígitos
inexperto de todo hablo al vacío
que dé respuesta su silencio, no hay
signos; paso el dedo por el borde
del gran cuenco cósmico: sedoso
manifiesta su vibración con metálico
silbo que hasta los confines navegará.
Corazón, labios y ojos sonríen a todos
aquellos que me precedieron: soy el sueño
de millones de años. Y te sueño. Fuera
de las leyes aceptadas nos encontramos,
ánimas de terrestre imaginario, los temas
rocosos son ahora lava incandescente,
no hay clima, extraño amor
resalta el árbol su frondosidad
de ilimitado fondo, sus temas frutos
deslumbrantes al alcance de tus manos
completo me involucraste, indolentes
gramos ejecutándose en tu dermis
sin diseño previo, instrumento de arte
antiguo obviando lo caduco, muñón
abierto
formó el árbol razas y subrazas
durante millones de años, rocas
de arenisca que en los desiertos
con amor te miran, náufragos
que en musicales goletas por ti
navegan, indefinibles conductos
de una fuente alternativa, etérea
mano
respetar tu primario verbo
como vibración indivisible,
sin escala, sin nombre, sentirla
en tus ojos como reflejo
de mi propio amor, intocable,
sin dueño: la soledad como separación
se diluye más allá de la Vía Láctea,
más allá de tu bigbang, nada
que describir. Lo impensable
hechos te señaló el árbol...
Balada para mi funeral. Mina (Piazzola)
"...me pondré por los hombros
de abrigo todo el alba..." había
cosechado los años de bonanza
con matemática periodicidad,
estaciones fluctuando precisas
con la plasticidad del óleo,
la estampa prenewtoniana
si tuviera voz sería espiga sibilante,
válvula abierta a todo rayo visible,
invisible, un siempre minado
de momentos icónicos, alturas
de excelsa panorámica, mundos
como sentidos, latentes corazones
admiran las piedras el canto
sereno de tus pasos, ruedan contigo
barajando tus pensamientos
como antigua lectura rúnica,
te están interpretando camino
sorpresiva vuelves y holográfica
con mi propia versión de ti,
sin encarnar, modélica, diva
talentosa de pura supervivencia;
expectante, te escenifica la mente
en secretas historias domésticas,
decide por ti tu apariencia, vive
una cotidianeidad paralela, inédita,
un lugar en el tiempo sin espacio,
la emoción de estar vivo en ti
eres ocasión gratificante, cumples
alguna extraña función biologica,
una falta de respeto a las leyes
físicas que nos dimos, amor
incuantificable, la señal de vínculo
con todo, el modo en que me trato.
No hay centro ahí, más bien etérea
dispersión, animal en modo automático,
un continuum que respira, ubicuo,
sin vértices, un desfile de imágenes
y voces, de formas absueltas de rigidez
físico-moral, hasta su disolución.
Te sigo a veces por algún mundo
paralelo, imaginarias ciudades,
recuerdos de cromática recreación,
tu voz alternando con lo absoluto
hoy es un quizás demiúrgico, un caso
a declinar con lengua de luces y aves,
el son de hojas relucientes, o aún
húmedas de lluvia; hoy es un artista
que no concede mirada alguna al tiempo,
ni recita proverbio de ser humano alguno.
Hoy es siempre. Y me sacas activo
al mundo que abrupto fluctúa
a la búsqueda de nuevas matemáticas,
de precisión renovada mitigue o no
el dolor, cause o no placer extático,
revele o no una verdad última,
sin dueño, sin centro material
al que asirse. Talentosa te leo
en pequeñas cosas, domésticos
cachivaches los ritos cotidianos
como tabla de salvación, facetas
menudas del devenir que huyen
de toda discusión
me especulas en el regreso que ya fue,
la encarnación de un nebuloso festival
de estrellas bebé
tu actualidad constante no mina
tus recuerdos, se escriben a veces
vanidosos, con mayúsculas, temerosos
otras con cariñosa pátina, una ironía
enriquecedora; se hablan entre ellos
como niños jugando con imágenes,
cambiando el arriba y el abajo
a su antojo, portando el giro
perpetuo; son objetos mentales
que en un soplo se desvanecen,
museos del tiempo encantados
que miden tus emociones sin mediación.
Abres sus puertas y entra la vida
en tropel, allí donde el poder terrenal
no accede, donde el viento se lleva
nada si tú quieres, donde no penetra
sistema alguno
va tu santa relación apartando
los obstáculos que aceptaste, va
incendiando tu lengua con milenios
de entrenamiento. Ha caído un naranjo
más en la huerta: nutre a otras especies.
Encuentras un tú que se hace yo,
y te apareces niño que ese yo ahora
honra, una conexión alternativa,
un arte antiguo, un avatar arcano
ecléctico, versátil, te reinterpretas,
esculpes nuevo busto, desértica efigie
ornada de plantas desconocidas.
Deambula un tigre por el jardín
has publicado versiones inéditas
de ti mismo como ceros del tiempo,
ralentizaste tu espacio por capturarte
de una vez por todas, hasta el mismísimo
inicio del fuego. Se atrofia el ritmo vital,
cambias hábitos, va dejando tu boca
de emitir sonidos, osas pegar fragmentos
del colosal mosaico que tú mismo empezaste
sigues preñado de vida, reconviertes
al hijo en padre y viceversa,
hija en madre y giro, reanudar
esponsales con tu particular fotosíntesis,
tensas de nuevo las cadenas con un astro
asido a cada brazo, titánica imagen
de tu existencia, censuras toda voz
dañina que te obligue al estancamiento,
se hace tu presencia insoportable reclamo
de lo que no eres: todo un repertorio
de vidas chispeando como neuronas
de un cerebro por cúmulos y versos
estelares, aquello que entregas
a tu humildad. Ese momento
transgrede tus leyes, y ni siquiera
lo sabes. Se acentúan desconocidas
luces, de enormidad el arco iris
de mis cejas
es el hijo el camino, es el padre
el regreso a cada rayo
que en su corazón se hiende;
es la hija el valle, es la madre
oneroso cuenco que la nutre;
celebran los esponsales dimensiones
ignotas entre desconocidas plantas,
brotan espigas de mi pecho
con dorado grano
en el camino especulo con tus razones,
tu mundanal retiro, tu ira contenida
en cada bufido, tu crecer inclusivo
conjeturando el tiempo, tu prolífico
verbo hasta la ceguera
sutil te apartas del ruido bufo,
estudias cielos nocturnos a su blancura
cantando, su guía un susurro
tu actualidad constante sigue colocando
sus creaciones en la no necesidad,
iniciático giro
el cansancio como señal de miedo
presiona tu grafía, reporta dolidas
neuronas en sus eléctricos viajes,
te enclaustra en laberínticos problemas
quemando oxígeno. Te sigo de nuevo
a la entrada, revisada idea, y a ti
dedico tu desactivación con la mía.
Me apartas de ese tóxico círculo,
revivo mi propio principio
en mí incurriste mundo con terroso pie
señalándome estrellas, su matemática
lengua irisada con los más dulces sonidos,
con el ánima de marítima espuma en playas
anochecidas. Me invadiste con la sencillez
de una mano incendiaria
y me obtuviste la ciudadanía del cosmos
con brutal hachazo en mi frente, petición
antigua, el tema de toda pura energía.
Rozaba la espuma mis pies
no me ves, incluso si estoy a tu lado
mientras crees que no te veo; protagonista
desfilas en tu propio estudio usándome
de pantalla, este teatro de marionetas
que las emociones desbocan. No puedo
sino aceptar mi expiación al verte ahora
al otro lado de la pantalla. No puedo sino
entregar mi dolor en ese giro, el don
de verme en el tiempo. Sólo
en la mansedumbre mi voz
se acalla. Y aún cuando sin moverme
me enderezo, te sientes perseguido.
Engañado incluso. No puedes soltar
lo que es indivisible: sólo aceptar,
puedan tus ojos volver a brillar. Va
creciendo, despacio, la honestidad
contigo mismo
vivir una vida más en esta mi única vida,
aún si el corazón se atrofia, aún si crees
que son muchas (es indistinto), cantar
a lo irreparable deshaciendo su aparente
lejanía luzca tu ser como árbol perenne
en el jardín que día a día diseñas.
Y si crees que escapas, mirar
tus ramas allá donde creas estar
tienes lugar entre los versos: es ahora
aquella línea primigenia que luego serás.
Y si te recluyes verás tu anverso, noche
en el día, luna llena, una orquesta de grillos.
Hay en la huerta un naranjo que no había visto:
plácido el tigre yace junto a El
Nadia. Jeff Beck
empezó justo el acabar, llevarnos
al siempre en un segundo, milenaria
jornada, vago recuerdo de otras vidas,
todas aquí y ahora, la hora
de las maravillas
llegaste a parecer antropófaga criatura
y no eras sino evanescente pétalo
en mi jardín, un estado de sitio del alma
con grilletes de lodo, una figura universal
que en el no-tiempo se desfigura.
Y sin embargo peldaño de conocimiento,
libro abierto sin hojas ni letras, vana
insignia de algún logro espiritual,
una generación entera en ti. Revolotea
de nuevo una bandada de coloridos
tordos tras la ventana, mágico círculo de aire
renovado, etéreo altar del pensamiento
donde eres, inaudible música de un instrumento
multidimensional sin más público que la absoluta
conciencia. Me profesas un amor que me enardece,
y en su más elevado pico, me electrifica. Me comentas
hojas verdeantes que plañen legendarias canciones:
mi yo las interpretará. Sigo eléctrico tu pensamiento
prodigioso carente de estructura, o de estilo, su absoluta
unicidad sin puntos, las metamorfosis que me procura,
la revolución de mi entorno, las edades de la especie,
mi rutina más menuda. Y ya no es. Se hace la altura
subsuelo, savia fresca entre raíces húmedas, lombriz
hambrienta del nutriente más básico, pesado pasado
evolutivo, incontrolable azar del peatón desorientado.
Uso la otredad para decirme las cosas, la pesada carga
que me impongo, cada acorde una anotación,
un gramo más de peso, una década vasectomizada,
una civilización olvidada. Hay un músico en el jardín
rasgando un cello, una entidad marginal a toda industria,
un desconocido que sencillamente goza del gozo universal:
sintoniza. Es lejana la palabra, tan ajena al conocimiento,
son los nombres práctica recurrencia que las ondas se llevan,
toda identidad corporal. No hay lástima, sencillo mundo.
No hay gloria mítica ni leyenda: espeluznante realidad,
infinita posibilidad. Visito de vez en cuando esté Botánico
de la creación: no hay pérdida. Me comentas supernovas
que arrasan con el aire, memorias en bits disueltas
por la vastedad, la información subyacente
tras el aparente colapso de un agujero negro.
Y me hablas de su reverso blanco, me estás hablando
de ti, de mi. Faltaste a nuestra última cita por empezar
relato nuevo, la magnífica repetición de un arquetipo
con caracteres nuevos, nuevos rostros, un exoplaneta
con especies desconocidas, llevarnos al siempre
en un microsegundo, el compromiso que nos dimos,
lo entiendas o no, armónico o no, olvidado o no
todo, o nada, como dos personajes del mismo relato,
sirven su propósito más allá de tu miedo, dotan
todo nivel de información, una inmanencia brutal
de la que tu aparato sensorial te protege. Lanzaba
dados que al caer rompían la mesa de cristal,
el terrorífico escenario de mi propio fraude,
una mansión de los horrores donde apreciar
mi propia fealdad, el vértigo de darle significado
a todo, a nada, el dominio viciado de un tiempo
que no es, el ámbito de la más desbocada fantasía
de voces horadado. Le atribuía al cuerpo un poder
que no tiene en presencia de su verdadera causa.
La eternidad se resentía, todo magisterio evolutivo
pisoteado, la blanca sábana de mis acordes mancillada.
Me encadenaba a mis células petrificadas, olvidé
mi origen. Y me abestié. Asisto desde ese dominio
a lo coetáneo, un sol cegador que despacha sin más
mis necesidades, sin más elegancia que la mera
apariencia, pírrico, vano intento de acercar lo absoluto.
Era amante de la ignorancia como salvación, del paso
apresurado, de una anterioridad que ya no existe,
el éxtasis de un control que no tienes

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