se ensortijaba la brisa
sobre los árboles, y la mente
erraba azulada por sus anillos,
peinaba cálida la hierba verde
iba sembrando escuetos futuros
que a su lado disponía
como reguero de flores
desperté a la mirada sobresaltada
de tanta pureza, mi mano
tocando el fuego de la tarde.
Era la brisa homogéneo ser,
posesivo ahora devastando
recuerdos en el dorado ocaso
me examina el cuándo
con su más infinitesimal
gentío, bajo la hierba fresca
yazco aspirando a brotar
en este ensueño
se fuga la tierra
de entre mis manos, briosa
tocata entre arterias y venas
haces nada, tu pobre pago
desnutriendo de ruido
al mundo, un Ello silenciado,
pacífico tránsito
hablo al jamás de mí indistinto,
pequeñas visitas incorpóreas
sin más brújula que el aire
crea el jardín su propia mortandad, la siega que ven mis ojos,
las abejas que el azar sortean,
las estaciones que de mí prescinden
me ve el jamás
en la incertidumbre inquieto,
yermo en el mar calmo
de una pequeña certeza,
aquellos ojos que te saben
eres debilidad y la fuerza
que la contrarresta, ese pasaje
por el que deambulas
sin más guía que tu origen
me rompe el día
esa tenencia de inseparabilidad,
inclina sutil la balanza
granataria en el torrente
de ideas
se aleja lo cercano
en mí, de la oscuridad
llega en silencio algún confín,
algún saber que desconozco,
errante azul sobre los árboles.
Me anilla el dedo
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