roen tus oportunidades con vigorosa, desconcertante fricción; en tí fondean recorriendo tus más fueguinos canales, formando islas a tu espalda, activos volcanes
respetas mis áreas estrechas privativas de viento, mis ademanes en las zonas agónicas por canalizar, las islas que quedan a merced del fuego. Y lo agradezco
tu voluntad produce descensos hacia aquella helada densidad, te inmoviliza aún si escalas la más elevada cima. Allí la nieve acelera tu pulso que sobre la fuerza terrestre levita. Luego el vértigo catabático ladera abajo hasta el valle
la noche trae tiempo reconvertido sin moderación alguna, prepara una mañana aumentada que sólo el mediodía reequilibra en algún punto, tu voluntad violentada por el fino cúter de lo que no controlas, tu realidad volcada sin un punto de apoyo. Vuelves a colocar las cosas en su sitio con un ligero escoramiento que aún no percibes, vuelves a desplegar tus razones a sotavento con sigilo, a trincar con fuerza tus cosas queridas al zarpar de tu ensenada emocional, las montañas se posan con arriada cadena. Una ráfaga de viento pasa. A la tarde los masteleros se afirman rumbo a la noche. Todo sucede sobre un fondo inmóvil. A sotavento tus razones como pequeños renacuajos hacia tierras altas, un fondeadero nuevo, una mirada a barlovento desde lo alto: dónde rompía el mar? Aquel lugar donde el viento no devolvía el golpe, aquel peñón fijo desde el que sentir infinito
la suma de impredecibles agudiza el temor, puedes encallar, y no le queda ron en su bodega al marinero
soy el almirante de mi diario de a bordo, comando la descripción de lo que es, el trajín de los siglos. He fondeado aquí para escribiros
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