Un azul gríseo clarea a falta de sol
Lo que anoche ojo nocturno,
son aniñado ahora de los sentidos,
las piernas y las voces de los niños rodeando la casa,
la piedra fina salpicando de trémolos su paso,
primavera anunciada en el trino ambiental,
en hojas de olivos de un verde sin luz omnipresente,
almendros de la rama ósea a la flor blanca, del tinte
rosado al cáliz púrpura,
la huella invernal en cada palmera yerma,
su cosecha de nieve sepultando aún lejanas cumbres,
su elijada agua helada a los cristalinos brazos del
Guadalquivir,
la que reviva a estas palmeras
son aflautado la aguja del viento que hila estas sierras,
este mar abrupto de rocas y árboles, de gargantas holladas
por ríos sin nombre,
riscos castillados para el águila que nos acecha,
buitres las espirales del aire en las montañas de Tíscar
—bajan a carroñear
comida de los excursionistas dormidos—,
el espectro de un macho cabrío surge al borde del camino,
—“soy yo, soy tú”—
sus cuernos corona de ébano de un orfebre escondido en las
entrañas del bosque
y ya no está, no estuvo nunca,
como el agua que en las fuentes del Santuario de Tíscar
refrescara
son broncíneo la sangre de zarzas y aliagas, púas y
espinas
que dejan su veneno dulce en tu piel
Percusivo el son de flores, plantas y matojos
que penetran tu nariz a golpear las sienes
Son hilvanado de los sentidos,
un mar sin lindes que su son danza
Soy la sarga ahora
que desnuda todo,
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