...
—Míralo como un juego…
—¿Un juego? Tú no estás bien del perol, chaval. La vida de por sí ya juega contigo. Rizar el rizo por el mero afán de rizarlo, sin contrapartidas…En fin, allá tú. Me caes bien. Has ayudado en casa y nunca olvidaré lo que me destornillé con tu rotura de aguas en el Captain Flints, tu forma de tocar la guitarra y aquellos poemas que nos traducías al inglés a Camille, a mí y a la niña. Me recordabas a T.S.Eliot leyendo sus cosas en el salón. Allá tú, chico. ¿Sabes? No se te da mal lo de llenar cajas de peces.
Se despidieron con un buen estrechón de manos. Siguiendo las indicaciones de Brogan, Pedro llegó a la carretera que conducía hasta Saint John’s. No tardó en recogerle una mujer, Nora dijo llamarse, profesora de la Universidad Católica del mismo nombre que la ciudad. Resultó ser una joven viuda que había optado por residir en el Queens Campus de la universidad por facilitarse la vida y acogerse a la compañía de sus colegas y alumnos residentes. Era afable, cálida, pero en su forma de conducir se vislumbraba una inquietud permanente. Fumaba con el cigarrillo entre los dedos y la mano al volante mirando de vez en cuando a su huésped curiosa ante aquel extraño venido de lejos. Nora, libre de sus deberes escolásticos esos días, decidió dedicarle su tiempo a Pedro y lo llevó a un recorrido por la bahía hasta parar al final de Battery Road. Salieron del coche y empezaron a recorrer el North Head Trail que, según Nora, ofrecía la mejor vista de la entrada norte al puerto de San Juan.
—Te recomiendo dejes tus cosas en el coche. Vas a tener que subir setecientos cincuenta escalones hasta Signal Hill. Te voy a llevar a la Torre Cabot. Te gustará ver lo que vas a ver nada más llegar.
—Bueno, estoy de enhorabuena—Pedro se mostraba cortés a pesar del cansancio que arrastraba.
El mar de Labrador emergía y se hundía ante la proa del The Pirate desapareciendo por unos instantes. Desde la cabina, Pedro sentía el barco en el aire, un vertiginoso salto al vacío. Terranova a la vista: sólo era cuestión de saltar, saltárselo todo, y seguir andando.
Brogan le dejaba cerca de Saint John’s, junto al puerto de Maddox Cove en la bahía de Motion apostándose en un punto solitario que el buen capitán había usado en más de una ocasión cuando el mar tiraba a dar y volver a casa era cuestión de mucha paciencia. No era su zona habitual de pesca pero, al igual que los vascos que fundaron Saint John’s (San Juan de Pasajes en honor al puerto guipuzcoano de Pasajes de San Juan) a principios del siglo XVI en busca del abundante bacalao, resultaba un buen recurso mientras las autoridades canadienses no limitaban la actividad en su jurisdicción.
Pedro y Brogan fumaban juntos tras los enormes limpiaparabrisas que achicaban las cortinas de agua:
—¿Estás seguro de lo que vas a hacer?
—No, pero esta vez me he traído hasta la guitarra, y saltaré a tierra.
—Si realmente no tuviste nada que ver con lo de la Matilde, ¿a qué viene tanta huida? Es ganas de complicarte la vida, muchacho. Siempre podrás montarte algo si algún día decides parar, ¿no te parece?, y limpio de historias raras—, Brogan hablaba sin quitar la vista del frente y sin darle demasiado eco a sus palabras.
Había desapego en su rostro, el mismo que hizo que Pedro confiara en él e improvisara su salida de las islas.
Pedro y Brogan fumaban juntos tras los enormes limpiaparabrisas que achicaban las cortinas de agua:
—¿Estás seguro de lo que vas a hacer?
—No, pero esta vez me he traído hasta la guitarra, y saltaré a tierra.
—Si realmente no tuviste nada que ver con lo de la Matilde, ¿a qué viene tanta huida? Es ganas de complicarte la vida, muchacho. Siempre podrás montarte algo si algún día decides parar, ¿no te parece?, y limpio de historias raras—, Brogan hablaba sin quitar la vista del frente y sin darle demasiado eco a sus palabras.
Había desapego en su rostro, el mismo que hizo que Pedro confiara en él e improvisara su salida de las islas.
—Míralo como un juego…
—¿Un juego? Tú no estás bien del perol, chaval. La vida de por sí ya juega contigo. Rizar el rizo por el mero afán de rizarlo, sin contrapartidas…En fin, allá tú. Me caes bien. Has ayudado en casa y nunca olvidaré lo que me destornillé con tu rotura de aguas en el Captain Flints, tu forma de tocar la guitarra y aquellos poemas que nos traducías al inglés a Camille, a mí y a la niña. Me recordabas a T.S.Eliot leyendo sus cosas en el salón. Allá tú, chico. ¿Sabes? No se te da mal lo de llenar cajas de peces.
Se despidieron con un buen estrechón de manos. Siguiendo las indicaciones de Brogan, Pedro llegó a la carretera que conducía hasta Saint John’s. No tardó en recogerle una mujer, Nora dijo llamarse, profesora de la Universidad Católica del mismo nombre que la ciudad. Resultó ser una joven viuda que había optado por residir en el Queens Campus de la universidad por facilitarse la vida y acogerse a la compañía de sus colegas y alumnos residentes. Era afable, cálida, pero en su forma de conducir se vislumbraba una inquietud permanente. Fumaba con el cigarrillo entre los dedos y la mano al volante mirando de vez en cuando a su huésped curiosa ante aquel extraño venido de lejos. Nora, libre de sus deberes escolásticos esos días, decidió dedicarle su tiempo a Pedro y lo llevó a un recorrido por la bahía hasta parar al final de Battery Road. Salieron del coche y empezaron a recorrer el North Head Trail que, según Nora, ofrecía la mejor vista de la entrada norte al puerto de San Juan.
—Te recomiendo dejes tus cosas en el coche. Vas a tener que subir setecientos cincuenta escalones hasta Signal Hill. Te voy a llevar a la Torre Cabot. Te gustará ver lo que vas a ver nada más llegar.
—Bueno, estoy de enhorabuena—Pedro se mostraba cortés a pesar del cansancio que arrastraba.
—La Torre Cabot es desde donde Marconi recibió el primer mensaje sin cables de la historia, ¿sabes de quién te hablo, no?—dijo ella como en un test cultural.
Pedro sabía, pero en seguida se le cruzó otra referencia:
—Sí, claro—y le devolvió el test—. ¿Conoces al grupo italiano Premiata Forneria Marconi?—, habían empezado a ascender por la senda y hablaban entrecortadamente.
—No tengo el placer. ¿Tocas algo de ellos con la guitarra?
—Si te digo la verdad, son difíciles de imitar.
—¡Ah!—dijo Nora con ironía—. Andemos un poco. El North Head Trail es un paseo con vistas espectaculares. ¿Qué te parece?
—Que no tengo otra cosa que hacer. Ya me preocuparé del alojamiento más tarde—y devolvió la ironía.
Nora miraba de reojo a su acompañante, como escrutando lo que el cielo le había enviado esa mañana. No quedaban signos de la tempestad que trajo a Pedro en The Pirate, como si el cambio de escenario hubiera sido separado por la talla de un diamante, de tal manera que el sol lucía como en un presagio, tímido al principio, esplendoroso tras la milagrosa huida de las nubes, algo extraño en San Juan donde estas, la nieve y la lluvia son el pan de casi cada día. Nora parecía rebujarse en el pensamiento de una posibilidad: acoger a Pedro.
Pedro sabía, pero en seguida se le cruzó otra referencia:
—Sí, claro—y le devolvió el test—. ¿Conoces al grupo italiano Premiata Forneria Marconi?—, habían empezado a ascender por la senda y hablaban entrecortadamente.
—No tengo el placer. ¿Tocas algo de ellos con la guitarra?
—Si te digo la verdad, son difíciles de imitar.
—¡Ah!—dijo Nora con ironía—. Andemos un poco. El North Head Trail es un paseo con vistas espectaculares. ¿Qué te parece?
—Que no tengo otra cosa que hacer. Ya me preocuparé del alojamiento más tarde—y devolvió la ironía.
Nora miraba de reojo a su acompañante, como escrutando lo que el cielo le había enviado esa mañana. No quedaban signos de la tempestad que trajo a Pedro en The Pirate, como si el cambio de escenario hubiera sido separado por la talla de un diamante, de tal manera que el sol lucía como en un presagio, tímido al principio, esplendoroso tras la milagrosa huida de las nubes, algo extraño en San Juan donde estas, la nieve y la lluvia son el pan de casi cada día. Nora parecía rebujarse en el pensamiento de una posibilidad: acoger a Pedro.
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