sábado, 30 de agosto de 2014

de El Libro de Elías

Se dejaba llevar por ti - Antonio Vega 

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 El apartamento tenía terraza al mar, con su balancín de cojines amarillos. El mobiliario justo, barato. Los adornos, casuales, extraños, objetos encontrados en viajes, sencillos presentes que en alguna ocasión le regalaran pero sin plaza fija en su corazón. Lo que sí abundaba eran pequeñas esculturas abstractas, hierros forjados, bruñidos, retorcidos al límite de la quiebra; eran lienzos inconexos en las paredes o sitos en los zócalos a pie de tabique sin más orden que el de haber ido a parar allí en un determinado momento y asentarse con el tiempo y la indolencia sin dejar de darle sentido posicional a su dueño.
 Sobre la mesa del comedor un ordenador portátil permanecía abierto después de su uso matinal. Cercana, esquinera, una guitarra electro-acústica vibraba silenciosa con el aire del mar. Lo primero que hizo Elías fue enchufar la radio, una emisora que no bombardease con publicidad a cambio de melodías trasnochadas y facilotas que no le emocionaran, simple compañía.
 En su vida solitaria no permitía ya que nada ni nadie afectasen a su sistema nervioso más de lo debido, ni en tiempo ni en intensidad, a sabiendas de que precisamente esa misma intensidad podía desvirtuar la corriente percepción del tiempo anulándola. Probablemente había elegido salud a cambio de emociones. Así, dedicaba ahora tranquilidad al hecho de cocinar y comer. Un ritual en el que se concentraba, como en tantas otras cosas, no dejando grietas a la mente para otros asuntos, una sola tarea a la vez para no acumularla con lo que no estaba allí en ese momento, todo un aprendizaje.
 El tacto de las cosas, al agarrar, al cortar o filetear, su color y aroma crudos, sus momentos de cocción o fritura mientras elaboraba acompañamientos y postres a la sazón justa de una dieta equilibrada como objetivo final. A veces, por la ventana de la cocina, corridas las cortinillas, veía el Faro de Cullera y las montañas que escondían a esta ciudad costera. A veces se le iba la imaginación siguiendo las líneas curvas del mar mordiendo azul la playa hasta el Faro. Respiraba profundo y volvía a posar los ojos en el alimento del día, entre las manos, sobre la pila. No era el momento de dejarse llevar por los recuerdos.
 Comía con las noticias y luego se tumbaba en el sofá a dormir la siesta con algún deporte en la pantalla, programas con el contenido ideológico más neutro posible. Le encantaba el golf para dormirse, el verde extenso y pulido, el placentero ritual de los golpes sin respuesta y el monótono chachareo de los comentaristas, la incógnita de la caída y posterior movimiento de la bolita blanca sin inquietudes hasta caer en un profundo sueño como la bola en su agujero.
 El despertar era lento. Para que las neuronas se reubicaran quedaba unos diez minutos tendido borrando todo vestigio de sueño. Quitaba la televisión, encendía la radio y se hacía un té. Se lo bebía fuera, invierno o verano, en el balancín con un cigarro dando a la mente, a través de todos los sentidos, la vastedad del mar y su frecuencia sonora. El azul amplifica el sosiego, se decía a sí mismo, y se ofrendaba humilde a sus tempestades o calmas, a su silencio y a sus ocultos poderes como uno más entregado al Mediterráneo, a un ente superior que le merecía su respeto.
 Al anochecer cogía a Bastión, su pastor alemán, y salían a dar un paseo. A orillas del mar, sólo se acercaban con el buen tiempo y, en ocasiones, llegaban hasta el Faro y volvían. Bastión se había adaptado a la vida silenciosa y solitaria de su amo. Le gustaba. A veces Elías le hablaba al caer la noche y Bastión le miraba intentando comprender por los tonos, los gestos. A Elías le hacía bien tener alguien que atender. Se percató de que a Bastión, y por tanto a todo dios, el lenguaje corporal, sus vibraciones de cualquier índole, le decía mucho más que cualquier palabra, no engañaba, no había contradicción posible. Es curioso, se decía, cómo en toda relación se establece un aprendizaje. Cuando veía a Bastión mirándole en la oscuridad como si lo traspasara, Elías se preguntaba qué frecuencias andaba percibiendo Bastión, qué veía que los humanos no alcanzaban a ver.
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Pic: una tarde en el mar, The Pic-Poem book - Nature

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