viernes, 20 de marzo de 2015

Henryk Sienkiewicz's Liliana
























Lilith - Bjork

 Una mañana navideña, de asueto por la ciudad, toparon mis huesos con el rastro dominguero, junto a Mestalla, el coloso de los modernos gladiadores. Trastos tirados por el suelo. Una cajita mal pintada de azul con algún detalle ornamental. Dentro, magia, figuras de plomo y de hierro como se hacían antaño, pesadas, detallistas, casi cien piezas, algunas mutiladas, de varios Belenes, de varios ajedreces que una y otra vez se quisieron reponer. ¿De qué familia, de qué padre o madre amorosos provenía aquella caja mágica del tiempo llena de desvelos, atenciones, cuidados, entregas? ¿Qué fue de ellos - y de mí, claro - para que yo la encontrara sincrónicamente en Navidad, tirada de mala manera sobre una manta andrajosa y regateara por su precio, casi regalada, con un pobre diablo buscavidas? Ahora yace en mi mesita de noche como el tesoro encontrado por un niño en el lugar menos pensado.
 Pero no acabó en ella el asombro. El maestro aparece cuando el discípulo está preparado: un libro. Ciertos libros en tu vida te encuentran. Son esos, los no impuestos, los no deseados, los que se caen de repente de un estante como empujados por alguna invisible varita, como si alguna entidad que ya estuviera más allá del tiempo lo empujara en esa precisa urdimbre de tu Aquí, de tu espaciotiempo, los que acaecen en tu universo - una referencia que se repite en tu entorno una y otra vez por distintos mensajeros y se manifiesta de repente en el lugar-momento menos esperado produciéndose la chispa del amor -, esos, los que dan un golpe de timón a la nave de tu mente, señor Capitán. O al revés, como es el caso, cuando crees saberlo todo: un brillo inesperado entre la cacharrería de un domingo con grises en el cielo, la textura de un libro decimonónico en las tapas duras de un clasicismo marrón, apenas signos de oro en ella: "Liliana. Editors"
 Valía chavos. Di un euro, presentía un hallazgo o, al menos, la exhumación de algún cadáver literario. Reservé un espacio de tranquilidad para encontrarme con Liliana a solas, para reposarme y dejarla hablar directamente a mi ser, tumbado en mi cama, completamente receptivo a la noche. Abrí la tapa con la delicadeza e ilusión de quien abre un regalo inesperado. E. Sienkiewicz, sin año de publicación. Ni idea, conjeturas, el apellido checo, polaco, la E de qué o quién, mi mente navegando por todos sus rincones donde durante millones de años ha registrado todo lo que sus sentidos han sido capaces de registrar: nada. Pues a leer. Y va y resulta que un polaco conduce un numeroso grupo de caravanas a través de las estepas norteamericanas mientras va enamorándose de una muchacha que yo imagino, o leo, de unos 16 añitos. Ese amor deslumbra al aventurero por la novedad de un sentimiento tan potente que se siente incapaz de controlar, todo ello en medio de la crudeza de la vida salvaje en unas tierras tan vírgenes como su Liliana. El lector avezado puede aventurar, también, la cruda sencillez del desenlace.
  Y va y hay cinco relatos más en el librito, entre la novela corta y el relato breve, las estúpidas fronteras de los epistemólogos. El torrero, Yanco el músico, Sueño Profético, Orso y El Manantial, a cual más desconcertante.
Henryk Sienkiewicz, escritor polaco, es ni más ni menos que el quinto premio Nobel de Literatura (1905) en la historia del galardón, cuyas obras, traducidas a más de cuarenta idiomas, lo convirtien en uno de los autores más leídos del siglo XX. Me encantaría leer su trilogía epopéyica sobre las luchas polacas en el S.XVII: A sangre y fuego (1884), El diluvio (1886), y El señor Wolodyjowski (1888), la identidad nacional polaca debe haber sido de las más duras, arduas, difíciles, sangrientas y largas en la vieja Europa, con lobos acechantes desde siempre por todos lados.
 Y va y es el escritor que estaba detrás de Quo Vadis? Y yo con estos pelos.

























 Liliana, las películas del oeste, Caravana de Mujeres en blanco y negro, pastos, llanuras, bosques y desfiladeros llenos de indios y otros emigrantes, profusos ríos entre montañas gigantes, desiertos abrasivos e inclementes con el ser humano. Liliana, la voz con un tinte de rancia religiosidad que nos cuenta en la noche, en el círculo de caravanas, junto al fuego, como en la tradición oral de toda literatura posterior, el duro tránsito hacia California en 1849 de un grupo de familias a la búsqueda de la tierra de promisión. Él, Ralf, el capitán polaco, el narrador, el patriarca jehoviano que lidera su rebaño.  
 Vas leyendo y revives todos aquellos momentos cinematográficos con que Hollywood te crió entre los hipnotizantes planos de valles, ríos y planicies, de colonos y vaqueros en permanente lucha, de fuegos nocturnos, raptos y matanzas, los bailes de las buenas gentes embriagadas, las plegarias, la naturaleza como un personaje más, vivo, dialogante, en la ficción. El viaje santificado con el matrimonio de Ralf y Liliana siguiendo los ritos y costumbres nómadas. En Liliana, la vida y la muerte bullen en trazos rápidos y sencillos que no dan ni tiempo a la reflexión: ocurre carnalmente descarnado.
 Y va y después de todo Liliana muere. Y visualizo a El Jinete Pálido con cara de Clint Eastwood yendo y vieniendo más allá de la tumba camino de la misteriosa montaña helada: Ralf vuelve todos los años a Nevada por hallar la fosa con los restos de su amada, el sentido de su vida:  

                “...me encuentro mal en este mundo. Vive el hombre y sigue su camino
                entre los hombres, y acaso también sonríe, pero el viejo corazón solitario 
                llora, ama y recuerda...”

 ¿Y acaso no es esta la epopeya de todo ser humano tras el aparente fin de su paraíso particular, el arquetipo de la exclusión y aparente pérdida de la inocencia cuando la vida adquiere todo su significado?
 Un domingo cualquiera. No, domingo de Natividad, el Rastro, Liliana...Y el rastro se pierde en la eternidad.

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