martes, 21 de julio de 2015

La Isla del Recuerdo Ancestral

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 27/7/08


















 Sto. Tomás, al oeste de Son Bou, las calas más cercanas al camping, recuerda la costa levantina, una playa de arena que, en el caso de Son Bou llega a los cuatro kilómetros, estira el litoral. Núcleos turísticos, aunque aquí, cuando se dice turístico hablamos de casas bajas, separadas o semi, blancas que apenas impactan en la costa si comparamos con otros lares. Aún así, una cadena de hoteles ha dejado huella en Santa Galdana, Son Bou o Santo Tomás, ha dejado caer en el arenoso llano algún que otro monstruo postlítico quebrando cielo, árboles y salitre.
 Sombrilla, fruta, sardinas y tomate entre pan, baño y sueño de verano. Sencillo, muy sencillo. Al atardecer caminamos hacia Punta Talís, uno de esos lugares secretos de los que sólo tienes conocimiento en el boca a boca. Dibujando el perfil de la isla, sobre sus promontorios rocosos, accedes, paralelo a una senda de caballos, a este lugar. No llegamos, oscurecía.


















 Al volver, el astro nos regaló su ocaso sobre Ciutadella, a lo lejos cerrando lentamente su ojo de fuego anaranjado sobre el horizonte. Dicen que es allá, por el Cap d'Artrutx, donde el espectáculo crepuscular alcanza su máxima potencia. También desde El Toro debe ser impresionante.
 No encontramos el mercadillo nocturno de Mahón. Volvimos a pasearnos por toda su franja portuaria soñando con veleros de doce metros y viajes a Itaca, con vivir el mar de isla en isla desprendidos de toda atadura, entregados a sus mareas, a Posidonia y "Pun".























 El sábado 26 lo dedicamos a no mover el coche, a charlas con nuestros vecinos vascos, Lide, Eduardo y su hija Lore, expertos camperos de Easo---viaja Oiasso romana que en realidad era un antiguo enclave en Irún y no en San Sebastián---. Se añadieron sus amigos venezolanos, ciudadanos barceloneses ahora, que nos rememoraron sus tierras. Dimos nuestro tiempo también a las tareas domésticas e higiénicas, a un gazpachito andaluz y a un roastbeef salsero en la piscina, a hacer crucigramas y dar de comer a los jilgueros y gorriones que nos visitan sin miedo. Poco más, que no es poco.



 A la noche visitamos Es Catell. Están en fiestas y nos regalaron, en su puerto, con habaneras y un castillo de fuegos artificiales lanzado desde El Lazareto que en 1793 mandara construir el Conde de Floridablanca, ministro de Carlos III, el islote de enfrente---L'Illa del Llatzeret---. Lugareños e ingleses, jóvenes y ancianos compartimos por igual esa forma de nostalgia cantada por los que volvieron de la fastuosa América dividiendo así su corazón. Desde las barcas a las terrazas del paseo en la pequeña rada, el gentío seguía plácido las melodías del los habaneros menorquines.




 Hoy quizá marchemos hacia el norte de Ciutadella, entre Punta Nati, el faro que nos queda por reverenciar, y el Capgros, recalando en Algaiarens, En Carbó, y más allá la Cala Pilar, aquellas que hemos visto nombradas o fotografiadas en uno u otro mapa. 
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