El héroe asoma, tras matar en sacrificio al dios, escindido en luz y sombra. Coppola ajusta el encuadre y el juego de luces al milímetro con plena conciencia del material arquetípico con el que está jugando: Martin Sheen/Willard, sable en mano, sangrando, aún cubierto del lodo de aquel que ha descendido al submundo para ver (primer plano de Willard saliendo del agua embarrada con los ojos completamente abiertos) y ha regresado vivo, está listo para derrocar al dios caduco, al padre que agotó su mundo, al testamento antiguo, la palabra vacua, al sistema de pensamiento o paradigma científico-social petrificado, obturante, tumoroso, a la estética enquistada que frena las corrientes subterráneas a emerger, renacer. A sí mismo. Viene enseguida, como un flash, la secuencia de su gran amigo George Lucas (vía Irvin Kershner) en la que Lucas, perdón, Luke/Hamill, se enfrenta a Darth Vader/Prowse, su padre, y lo decapita: es él mismo, Skywalker, su propia muerte en vida.
Decapitar a Kurtz/Brando, ser que alcanzó su punto cenital al desprenderse absolutamente de todo una vez llegado al corazón de las tinieblas, al final del río de la VidaMuerte. El dios, renacido, aparece ahora, tras ese apocalipsis, esa revelación que el dios en su aspecto viejo, caduco, le procura, escindido en Luz/Sombra. La secuencia combina con ritmo creciente pero perfectamente sincronizado las imágenes del teocidio con las del sacrificio de un buey, la antigua ἑκατόμβη, hekatómbê de los griegos donde, al igual que en el sur asiático, se sacrificaban hasta cien bueyes a la par, reforzando así el carácter ritual, arquetípico al final, de la escena.
Toda la película es un descenso (por el río) desde las capas más físicas, más materialistas de la civilización (occidental) pasando por sucesivas etapas de creciente absurdo y contraste entre sus reglas y las de una cada vez más, etapa tras etapa, apabullante naturaleza, de la vigilia al subconsciente colectivo. Las flechas, las lanzas y demás proyectiles que atacan la lancha salen de la jungla sin que veamos emisores concretos. O cuando, casi subliminarmente, Coppola funde dos montañas gemelas con dos tótems de piedra, dos deidades lugareñas. Ausencia de reglas, voraz agresividad hacia esas normas impuestas que lo único que han traído hasta ahora es la guerra al ilimitado templo sin formas ni piedras de la naturaleza.
Coppola supera (decapita) incluso al maestro, Joseph Conrad, al trasladar el colonialismo inglés del siglo XIX al imperialismo norteamericano del siglo XX (de nuevo en un flash, El Imperio Contraataca de Lucas/Luke como terapia colectiva) imitando con simetría visual la estructura narrativa de la conciencia escindida entre Marlow-Kurtz. El poder de inmanencia de las imágenes dispara exponencialmente su capacidad de significar. Es una película inagotable en ese sentido, todo un compendio del siglo XX, pero en conjunto, el arquetipo del creador-creación, padre-hijo, estado-súbdito, todo-mundo, muerte-resurrección (arquetipo vegetal) y el proceso por el cual la vida se regenera una y otra vez a pesar de los esfuerzos de la mente racional por atraparla y organizarla a su modo (imagen y semejanza)---la especie humana, al igual que la dinosáurica, puede desaparecer de este planeta en cualquier momento sin que el universo conocido se altere ni un ápice---se representa en la obra de F.F.Coppola con la maestría de un saber atemporal.
El recurso del sacrificio paralelo es una misma secuencia lo repite Coppola en su mural histórico de la serie El Padrino. Por ejemplo en The Godfather III, la ópera y la muerte de la hija; en The Godfather II cuando Pacino/Michael da el golpe de mano contra las familias rivales. Curiosamente, la figura del Padre mafioso, Brando en la I, Pacino en la III, muere de igual manera en su huerto o jardín donde un niño juega: arquetípico.
Sheen/Willard sale de la piedra, de lo petrificado, con el rostro conteniendo el yinyan, luzsombra, la mirada total tras haber recorrido, como Perséfone, el infierno, el Hades, la muerte, la demencia y la miseria humana. El discípulo-hijo-mundo está listo para reconstruir el mundo/sí-mismo a su imagen y semejanza una vez más. Los aborígenes se arrodillan ante el nuevo ídolo, pero ahora, revelación, ante su sorpresa---arquetipo del héroe liberador, cuya mejor encarnación por su continuidad y trascendencia en nuestra era es Jesús (...Adonis, Dumuzi, Marduk...)---se deshace de las armas y remonta el río sin seguidores ni idolatrías. Sólo le acompaña, casualidad, un niño: en este caso un soldado sin ropas, desnudo, ataviado con plantas y hasta el culo de ácido.
Waves Dance - ddaluz
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