A mi padre, Ricardo, bendita vida
colmada de dones de los que ha sido
tan pródigo, una generosidad
y una capacidad de perdón,
sin ínfula alguna, cuya onda trasciende
cualquier ámbito personal, allende
hermanos, hijos, parientes o amigos,
su mera presencia en una calle,
un hospicio, en una fiesta, a la mesa,
la gran mesa familiar a todos abierta,
tomad, comed y bebed todos de él,
pues es el Amor del Padre,
un hasta luego agradecido,
y alegre, que volveremos a vernos,
a la mesa, en otros reinos.
¡Así sea!
Dicho esto a modo de oración, no le echéis de menos, es fácil: cada vez que le recordéis, con el corazón, no con la cabeza, estará con vosotros: un gesto, unas palabras que os dijo, una caricia, una sonrisa, su significativo silencio, un llanto, un cejo torcido, una de sus ironías, un encuentro, o un desencuentro, lo que realmente Es, no lo que está en ese ataúd, tierra, básicamente tierra, la tierra a la que vuelve, sino lo que queda en vosotros , en mí, lo único real, lo único que en verdad tenéis y sois y permanece porque sólo lo real es inmortal y todo lo que nos dio con su prodigalidad y fortaleza en el perdón, su espíritu, no se pierde, ni se entierra, sigue a través de mí, de mis hermanos, de mis hijos y de sus sobrinos, de sus miles de niños atendidos y de sus padres.
No le echéis de menos, es real cuanto más intangible, aquí y ahora, sin miedo, pues sólo el Amor, vuestro amor, el suyo, sólo el Amor es Real.
Gracias por estar aquí, y por haberle acompañado toda una vida.
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