martes, 5 de febrero de 2019

Dilacciones y Contranciones

bestias de hierbabuena y súbito perejil trepan el lomo asiático del que anda la noche, bífida luna testimonia ese fuego muriente,
las flácidas carnes de un hombre marchito, pútrida melodía ardiendo en mis hoyos de grava, de tierra seca, de uva enjugada crujiendo en la oscuridad


pálpitos ígneos golpean las sienes
que un dios lejano gira los mandos,
zurce demonios en las ropas, hormigueantes humanos
entrechocan desorientados por pasillos de gel que a su torpeza no ceden, ojos sin luz llenándose de un aire metílico el pálpito desmesurado hasta la asfixia,
los niños incendiados regurgitan letras y números en burbujas  pentagrámicas que al fin, algodonadas, se derriten de un azúcar enfermizo

  John Atkinson Greenshaw

ha dormido la bestia en mi pecho
el sueño de un humano bondadoso,
piel rugosa que se hace tierra sobre mi nuca guarda las semillas de un pasado inexistente, la insólita custodia, férreo felino de las profundidades dejando su huella sobre tierra baldía, el animal aguzado por las vetas sanguíneas


brota el magma estalagmítico
a sostener los templos del miedo, una espuma argéntea de esferas malsonantes que todo lo empapa, arroz, espiga, los dedos de una madre apocalíptica, un toro vencido
por los vientos del mar como atroces falanges que atravesaran planetas, el color de la nada
haciéndose en el fuego fatuo de una ínfima creación: tú, bestia noble producto del tiempo, doloroso milagro del diseño evolutivo devorando la materia
miembro tras miembro, a tus propios hijos en el saturniano rito de la destrucción


una danza de quimeras, curetes y dáctilos bailan salvajes sobre las placas telúricas de mi vientre mientras gorgonas y sirenas escancian mi sangre en las ánforas del tiempo, aman sin duda a la gran madre que nos nutre, el cuerpo estelar en el que el padre nos piensa

espoletas de hierba, tímpanos de hiedra brillante, la zozobra de un mirlo extraviado ciñen este cielo azul donde reposa el extraño, ahi, junto a las piernas de ambrosia, los brazos de un vacío rebosante de lumínicas pitas


se cae el blanco túmulo, golpes de trance esculpidos en finas babas de emoción transgénero que al respirar se detienen, la justa alineación de los ojos con el afuera silencioso, una deserción de la rabiosa orgía del sentido: los emisores ríen ocultos tras máscaras farmacéuticas en la oscura sombra donde se creen a salvo, caníbales, necróforas bestias erotizadas por fantasías de dominio con micrófonos fecales, su falaz autoconsagración animal frente a unas cámaras que esconden su insaciable dentina con los pestilentes restos de los muertos
Se agita el pecho impotente en la barbarie del sentido, yace el cordero en Broadway descorriéndose el blanco sin sangre, solo vientre, solo aire como señal de vida
Una luciérnaga mueve las manecillas del reloj en la oscuridad


abestiados tropos urgen médula arriba en ímpetu de vida, la muerte, una vez más, de la madre en que me pienso, apenas voz, susurros de estrellas distantes personándose con rostro de antiguas configuraciones, rabia, rabia el tiempo percibido como línea de abruptos picos, el pasado al frente una cinta de sombras en la luz, el futuro amagándose detrás entre alocados fotones recién nacidos
a conformar esta carnosa madre universal en que me pienso

amovido por la virulenta vorágine 
de las emociones, abuhado cuerpo 
el receptáculo del odio como amor 
que al sol inhala su cura, una palabra, un pensamiento diamantino llegado del silencio,
recordar al joven barbián que osaba retar a la muerte huyendo 
del vagido primordial recién venido 
al mundo en que devienes burdégano de carga con el peso del aprendizaje zangoloteando como si supiera algo, la piel acecinada por ondas de mísera ignorancia que desata la emoción delirante de las crucifixiones en manos del soberbio y sus cómplices abestiados

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