Watcher of the Skies
sujeto/objeto, partícula-materia/onda, yo/lo otro...
hasta llegar al Observador. Vino
esta mañana el "mocking bird", o el "blackbird" cantando; da igual el pájaro, esa vieja ave oracular sin dueño que ronda todo cielo. Y me decía:
"Claro, olvidaste que aún en esos estados de alta frecuencia en que te desprendes de la materia y viajas por todo el universo conocido más ligero que la luz, esa torrencial
conciencia cósmica que todo lo ve y todo acepta, olvidaste la posibilidad de que aún así no dejas de ser objeto observable, observado.
¡Qué magnífica y aparente paradoja!
Ser ambas cosas a la vez: sujeto/objeto, partícula/onda..."
No contento con eso, este cuervo jupiterino, esta lechuza ateniense, siguió cantando:
"Crees que ese magnífico, cósmico Observador, ese estado de gracia concedida, parte de un centro, de un Yo expandido, de un cerebro deslimitado",
y el ave te sonríe amablemente, casi con ternura.
"No, hijo, no. No parte de ti. Es una suerte de conexión sin aparatitos carente de individualidad, de autoría, de nombre, de forma alguna".
La voz me remitía de nuevo a la posición de objeto observado, a la ilusión de ser pensado por otros.
Me devolvía al Yo bajando hasta su frecuencia más animal, inmaculada bestia de la supervivencia entre las bestias, entre la maleza más espesa.
Anhelé de nuevo elevarme hasta las alturas donde el ave oracular ("love is in the air"), pero el santo animal quería apropiarse de ese estado de conciencia, ser el dueño, el autor, la persona que ha pensado, visto, dicho esas cosas
tan hermosas. Y cuanto mayor el ansia de propiedad, de posesión, de identidad reconocida, más presencia adquirían mis nervios,
mis músculos, mis piernas, mi cerebro en mi cerebro, más densa la materia, más espesa la maleza.
"Bueno", aún dijo el ave antes de despedirse, "despreocúpate igualmente, hijo. Quizás tu ahora
está requiriendo de nuevo a tu animal. Toca tierra, camina, perdónale, perdónate. Sigue siendo todo tal Es.Todo está bien", me tranquilizaba.
"Y gira, y gira, y gira, ¿eh?", y sonreía.
"No hay contradicción, humano.
Sólo Tú la ves. No te hagas daño con ella o harás daño; no hagas daño, te harás daño. No culpes o te culparás; no te culpes o culparás.
Aquí en el aire no hay eso, no existe la culpa pues no existe el ataque/defensa (el sujeto/objeto,
la partícula/onda, el mal/bien, la enfermedad/salud y el largo etcétera de duales que has fabricado por justificar tu mundo): no hay contradicción, sólo Tú la ves, le interesa a tu animal".
Una urraca y un tordo se han posado enfrente de mi sobre una rama.
Hablan a la par:
"Es un proceso largo, hijo, ondulante, cíclico que en realidad ya acabó.
Pero pediste conocer por ti mismo,
y lo estás haciendo. Así es que respira, camina, chispea. Y desaparece".
Dicho y hecho. Silencio.
El sol de la mañana bañaba en oro
todo lo que mis ojos alcanzaban.
El aire limpio, fresco, iluminaba
todas las células de mi cuerpo.
Observador y observado pedalean sin prisa por los senderos de la Mente. Y sonreían.

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