martes, 23 de noviembre de 2021

A la vega de un río

 A LA VEGA DE UN RÍO

(A, desde, por Antonio Vega)



Murmullo de tus manos


me estrenas cada mañana 
en tu vega de abundancias,
 por el pico de un ave tus voces,
y se posan las palomas, las horas 
limpias del silencio mundano,
la íntima mirada del corazón
que en el calmo amanecer 
desvanece. Va explicando 
esta música el orden del día
 con sus emociones adheridas, 
 el ayer a cada exhalación,
 higiénico proceso del arriba 
y el abajo. Sigue la vida aún 
si no fluye con ella el pensamiento,
 aún si obsesiva idea se cree 
suficiente presa para tanta agua.
Finos hilillos del líquido escapan
por los poros de mi piel. Canturrean
al chocar con el suelo como fuente
inagotable. "Te conozco", me dices,
y es a ti a quien éstas viendo. 
Agradezco el privilegio, haber sido 
elegido tu espejo (corre un conejo
reloj en mano tras los cristales
rotos mientras Alicia le canta
"I know what I like"). ¿O fui yo 
quien te eligió antes de partir? 
Esa íntima presunción irrevelable,
 ese lugar de la esperanza, su fuerza.
Acá, en la oscuridad, tóxicas plantas
acechan a la vera del río. Y se hace
la música ruido, arenisca erosiva.
Rítmica gotea y alegre la fuente
 desde los poros de tu piel,
 compartido sueño, divino silencio
al giratorio disco me lanzaste,
a este sueño intransferible, este mar
de infinitos destinos por construir,
esta pantalla de incontables proyecciones,
esta academia de interminables peldaños.
Gira el disco y todo con él gira.
Le vamos poniendo nombres
 
he dejano de correr, se aminora
el impulso desde el que partí, padre,
la añoranza en la que nací, madre,
se hace la soledad un zoo galáctico
al que acuden innumerables criaturas,
etapas de aprendizaje en la conciencia
que de estrellas bulle, músicas que toda
estación consagran en el impuro silencio
de mi jardín. Del abandono a la compañía
solo hay un pensamiento delicado, sutil
frecuencia, esa línea que humana dualidad 
traza hasta quebrarse en vasta paleta
de colores. Creación es aquí y ahora,
perpetuo nacimiento, el aire
que respiras al árbol agradecido,
a su origen subyugados los sentidos.
Presencia, ausencia, off, on, giro

cada mañana paisaje me inauguras,
 rutinario viaje, de una constelación
 a perezoso amanecer, esa pictórica
 gradación que toma dimensiones,
rostros, voces, una ubicación
 en el planeta: va acallando 
el chisporroteo interior de los sueños 
nocturnos. Sintonizas frecuencias. 
Hallas la que, de nuevo, te impulsa, 
una escala que recorrer con animoso paso.
Todo reverdece, súbito, a tu alrededor

homenaje me inauguras a tu presencia
multiforme, a tus límpidos sonidos
del silencio aparente, a tu música
de invisibles orquestas latiendo
bajo terruños que exhalan 
sus odoríferos sueños. Se ufana
el día por el solo hecho de ser

hace la soledad presa en el arbusto,
vienen dos ardillas a testimoniar
el impulso primigenio girando
sobre el tronco de ufano pino.
De nuevo atraviesa un eje mi cuerpo,
atraviesa otro mis brazos, se extienden,
queda mi voluntad suspensa en aire,
y ven mis glándulas ocultas florecer
esquejes, acodos, injertos, tallos
que dan sus brácteas, sus pétalos,
 una fronda que el viento lleva
en alas de incontables mariposas.
Hablan los ojos extraño idioma,
se hace ciclópea su esfera, polifémica,
y se esconden las alimañas noctívagas
 en sus madrigueras. No hay monedas,
no hay tesoro, sereno disfrute, paz
 (dejó de cantar Alicia)​

hay una plazuela en el pueblo,
silencio tañe el campanario,
eje vertical de humano anhelo
que la mente gira en diacronía.
Nada se mueve, solo piedra

este universo saca su luz
a caminar, su tributo a tu vida
obrando tu sueño, contando
amoroso tu historia, cantando
tu época de inclusiones y exclusiones,
tu versión intransferible, tus nombres

salen tus años sendero arriba
como saltarines duendes, horas
como elfos parlanchines desdiciéndose
los unos a los otros, inéditas
biografías que, entre risas
y llantos, acuerdos y desacuerdos,
matizan el ser de aparente
novedad, librescos detalles.
Viene este año de invierno joven

trabajas tu océano nacarado
de soles y lunas, desplazas masa
con olas que de sombras y espuma
se tintan, rozas el arenoso fondo,
la cima de sumergida montaña,
eres ocupado por vórtices que aturden
a tus coloridos peces voladores.
No atribuyen concepto a semejante
vorágine, sigues trabajando reflejo
y profundidad a pesar de ti mismo,
tema unísono entre palabras, 
vapores, versiones, violento giro

casi acabas conmigo, querido ego,
hermosa bestia evolutiva, vuelves
de vez en cuando solitario a enseñar
tus fauces, tu piel deslumbrante
de olores, colores, diseños, texturas,
tus promesas de poder, de triunfo,
como si alguna vez ganaras algo,
o lo perdieras. Aúllas, gruñes, gimoteas
entre los tabiques de hormigón enjaulada,
tu propia trampa mental, tu rueda de hámster
ilusionado en su recta línea temporal
creyendo que la muerte está delante.
Hay concierto en la plazuela: oculto
sol tras la montaña, campana silente
en su aguja pétrea, absorta paloma
sobre el cable eléctrico, este teatro
de inciertas composiciones, nacimiento
más a la música de las esferas
 
sigues colaborando con tu buena fe
al tributo de la buena causa.
 Cuanta más fe, cuanto más amor
(le tienta al ego llamarlo sacrificio) 
más se fortalece su opuesto.
Y crees ganar, y luego perder,
y te alegras, y lloras, y lo llamas
principio de evolución, progreso,
una dualidad enquistada como principio
de mercado, de producción, de avance
tecnológico que te va consumiendo
(mientras lo consumes).
Se retira tu animal a las refrescantes
 frondas del más profundo subconsciente.
Va el ego enfermando de desconexión,
colonizando lunas y planetas
donde seguir compitiendo, luchar,
huir de sí mismo, de su extinción,
bendita salvación de su muerte,
 farmacopea entera para su hermosa
piel, lo último en entretenimiento,
chamánica pantalla de los cuentos 
infantiles al anochecer que perpetúe
todo un sistema de pensamiento,
la aristocracia de las piedras

destila el silencio mi veneno,
 voy en la noche desenroscando 
sobre el eje de rotación terrestre,
sierpe giro arrostrando miedos;
árbol entrego fotosintéticos dióxidos
que equilibren la atmósfera, acústicas
cerebrales que traigan día nuevo.
Me visitas caído en el lecho
dándome lumínico aliento,
 irreconocible forma del tiempo,
 cósmica jornada que ya acabó,
mi propio yo evolucionado.
Y no estaba solo.
En cada lienzo te dibujo,
mi particular teratología,
esta intransferible zoología 
del alma, esta lluvia promiscua
de la mano de un niño sol
riendo su inocencia entre cirros.
Poderosa fragancia invade el jardín,
un asalto de orquídeas y jazmines,
una promesa de vida cosquilleando
en mi prostático plexo, solar, este disco
 gaseoso con cachitos de ti, roca, río,
 amante. Amigables acústicas reafirman
 mi pecho, fulge impoluto un corazón
 invisible. Pero lo ves, ahora, aquí

hay en la plazuela gentío: 
se inauguran de formas,
de pequeños gestos impulsivos
reafirmando especie

no eres solista en el espacial 
tributo, eres intérprete de nada,
eres porque estás en mi, 
porque estoy en ti soy, aquí
donde las personas del verbo
se diluyen. Discurres versión
inclusiva aún tus exclusiones,
aún si estiras a infinito
la carretera por la que crees 
huir, salvarte, condenarte,
liberarte, respirar. Enciende
cada una de tus células, vello, piel, 
órganos, hasta el vacío posibilista
 renunciando a cualquier imagen 
prestada, crea en tu elección
 tu mundo, en tu dueto sacro danza,
 tan fiel. Sea tu función partícipe
 de un designio al que no alcanzas,
 tu justa causa equilibrando atmósfera,
la que permitió lo que crees injusto,
este pequeño rincón de vida
en la vastedad inaprehensible.
Poetisa celeste eres, chamán comunicador,
 científica de las músicas inaudibles, 
actriz de estelares proscenios,
maestro de la ingenieria imposible
cuando, al rasurarte la vieja barba, ves
palpitante corazón a través del espejo.
Sí, se acerca el fin de tu función,
y a tu tez rasurada enamorado 
sonríes. Enamorado recorres
tu galería amada de los rostros 
en los que te miraste, todos,
absolutamente todos: horas,
 segundos, microsegundos, lapsos
de eternidad, la estancia dulce,
la iracunda respuesta, el color
de tus ondas, aquel beso
que al nacer me diste,
esta amniótica nada en la que floto.
Vigi!a Orión tu hogar,
una de tus moradas.
Salvaje oso, recorro la noche

fue mi muerte un secreto
entre tú y yo, una urgencia 
vital, necesaria eclosión
en el disco giratorio, recuerda:
 ingresabas a la inclusa
de las almas extraviadas,
honda, aguda sensación
de pérdida en el caótico giro
de una percepción saturada,
ese lugar del que no escapa luz,
 ese centro galáctico que todo absorbe,
 ese desagüe por el que el vello raído
 cae, tu piel gastada de materia.
No hay estaciones, ni bien ni mal,
 significan dolor y placer lo mismo,
se desploman las letras de tus poemas,
la única música es vacío estelar.
Fue tu muerte un regreso,
el murmullo de tus manos
que ya siempre me acompañan

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