jueves, 28 de abril de 2022

Celuloides, bandas y bits II

La mujer de la montaña. Benedikt Erlingsson 


sea esta una ocasión benedictina 
en la que eficaces nos dirigimos
 hacia la pregunta adecuada, 
la respuesta que lenta transita 
el silencio, la ayuda que al vacío 
exiges, ese círculo invisible 
del que no sales. Plantas una semilla 
más sin más ánimo que el de ver 
crecer un sonido nuevo, un entorno
 transformado, una isla viajera 
en la que mostrarte, el limpio 
paraje del respeto, tierra virgen 

hallan mis años profesores 
en esta guerra de la información, 
el industrioso canto de hambrientos
 polluelos de pico constantemente 
abierto, la mente en perpetuo riesgo 
de colapso, islas contaminadas 
de tanto ruido. Nocturna carta astral 
depura a lumínicas puntadas el hilo 
conductor de semejante entramado. 
Simpática lechuza grita a la luna
 en su rama, dulce semilla sonora 
que permite el sueño. Plantas hábitats 
emocionales, hijas que te adoptarán, 
una habilidad nueva, un sonido extraño 
que te seducirá, un relato congraciándose
 impecable con el todo o nada, la complicidad
 que te trasciende. No hay grietas

se hace la mujer montaña interna 
que mi pecho ascendiera, y 
descendiera, un lugar que, sin mover
 un pie, me acoge virtuoso
 entre sus floridos galardones  

sea esta ocasión bendita escribiéndose
 como elongación del tiempo, original
 ópera de animales y plantas, obra alpina 
que te acoge y tu corazón conquista

eres un podría parlanchín bajando 
la montaña que para tí esplende 
su mejor gala, su más arrebatada 
furia, su ronca y profunda voz 
de airada fenomenología, tu saltimbanqui
 duda como liebre sendero abajo, 
toda virtud como flor chafada
 por pies de cíclope, tu nombre 
que la lechuza grita a una luna
 escondida, todo galardón oropel 
en enlosado charco 

me endosas sentimientos en pagana
 comunión, un sistema desaprensivo 
en el que enrocarse antinatura, fríos 
principios comunales sin tragaluz
 alguno, la corrección que tú mismo,
en un gesto, destruyes, terrible grieta 
por donde se cuela la absurda escisión 
del artificio, el abuso del imbécil, 
del chimpancé territorial, milenaria 
saga del pasado remoto, de ayer, 
una historia que solo existe
 en tu cerebro, ahora: le da sentido 
a tu cuerpo como causa, tu tiempo

sea esta ocasión benedictina


Den Skyldige. Gustav Möller




 una sola locución bastó para construir
 tu historia, llenar el vacío en suspensión 
de inesperadas vueltas de tuerca, recursos 
mentales por conseguir puntual intensidad, 
formar rostros, voces, identidades, visión,
 los diminutos ojos que captaban los grados 
de luz y sombra. Eras mota irradiada, ínfima 
realidad, función biológica, desesperados 
encuentros de materia a partir del sonido
 primordial. Y por mímesis fagocitas y creas 

improbable me cuestionas en la trama fijada,
 este orden tecnológico que tanto te subyuga, 
este principio de subsistencia que te ubica 
en la historia, los milimétricos detalles 
que justifican tu mundo. A duras penas
 me rehago de tanta perfección 

transcurres centro de tu propio sistema, 
una casa que cuidar, darle realidad a tu tiempo. 
Y vigilas tu trabajo sin descanso. Te urge
 la muerte. Esa oscura forma adquiere 
impaciencia, se irrita de tanta atención, 
clama por rutinas alternativas con nueva 
función. Y desciendo a la mínima tarea:
 respirar. Principio conocimiento desde mis faltas, 
inconfesables tareas que al aire desafían,
 inesperados recibos de actos pasados, 
un secuestro vital que direcciona mis pasos, 
una llamada de amor. Esa información desata
 el espíritu: se expande, conexión tras conexión, 
un detective del tiempo tratando de entender,
 un viajero y su ruta. Se revelan ruinas 
hermosas, relatos revisados, emotivas 
sorpresas que la imaginación no prevee,
 objetos cercanos que ahora sí admiten 
la estereopsis de mi mirada, su luz 
polarizada a los ojos invisible. Lo que parecía 
ser ya no es, un estrato evolutivo más 
en el océano profundo de la mente. Tomas 
veces como planos superpuestos, tomas 
el té de la tarde que dibuja inauditos crepúsculos. 
Vas dando dedicado tus nocturnos remanentes 

lo que vuelve te capacita sin mostrate
 el para qué, evocas tu biblioteca emocional, 
algún rincón neuronal que creías apagado, 
la ingravidez de tu vida en la historia
 que escribes, atemporal guión, otra vuelta 
de tuerca y sus niños fantasmas distorsionándose, 
ilimitada fantasía de la más irreal escena 
donde se cierran los bronquios, todo a tu alrededor
 se paraliza, no lo ven ya tus ojos. Verán lo que ves
 dentro, tu conflicto interior ligado al tiempo 
mientras se escapa el ahora, y sin abrir la boca
 lo transmites. Un saber perdido te supera,
 un dubitativo acaso: te va capacitando.
 Usas el sonido sin precisa articulación 
como sedante creativo que depure tus imágenes, 
vital secuestro, la más irreal escena. Miras 
y no está la luna. Son los lugares expectantes
 emociones, molecular evocación, una historia 
que contar, los personajes de un yo cosmológico, 
una improbable sensación, una vía de conocimiento

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