La mujer de la montaña. Benedikt Erlingsson
sea esta una ocasión benedictina
en la que eficaces nos dirigimos
hacia la pregunta adecuada,
la respuesta que lenta transita
el silencio, la ayuda que al vacío
exiges, ese círculo invisible
del que no sales. Plantas una semilla
más sin más ánimo que el de ver
crecer un sonido nuevo, un entorno
transformado, una isla viajera
en la que mostrarte, el limpio
paraje del respeto, tierra virgen
hallan mis años profesores
en esta guerra de la información,
el industrioso canto de hambrientos
polluelos de pico constantemente
abierto, la mente en perpetuo riesgo
de colapso, islas contaminadas
de tanto ruido. Nocturna carta astral
depura a lumínicas puntadas el hilo
conductor de semejante entramado.
Simpática lechuza grita a la luna
en su rama, dulce semilla sonora
que permite el sueño. Plantas hábitats
emocionales, hijas que te adoptarán,
una habilidad nueva, un sonido extraño
que te seducirá, un relato congraciándose
impecable con el todo o nada, la complicidad
que te trasciende. No hay grietas
se hace la mujer montaña interna
que mi pecho ascendiera, y
descendiera, un lugar que, sin mover
un pie, me acoge virtuoso
entre sus floridos galardones
sea esta ocasión bendita escribiéndose
como elongación del tiempo, original
ópera de animales y plantas, obra alpina
que te acoge y tu corazón conquista
eres un podría parlanchín bajando
la montaña que para tí esplende
su mejor gala, su más arrebatada
furia, su ronca y profunda voz
de airada fenomenología, tu saltimbanqui
duda como liebre sendero abajo,
toda virtud como flor chafada
por pies de cíclope, tu nombre
que la lechuza grita a una luna
escondida, todo galardón oropel
en enlosado charco
me endosas sentimientos en pagana
comunión, un sistema desaprensivo
en el que enrocarse antinatura, fríos
principios comunales sin tragaluz
alguno, la corrección que tú mismo,
en un gesto, destruyes, terrible grieta
por donde se cuela la absurda escisión
del artificio, el abuso del imbécil,
del chimpancé territorial, milenaria
saga del pasado remoto, de ayer,
una historia que solo existe
en tu cerebro, ahora: le da sentido
a tu cuerpo como causa, tu tiempo
sea esta ocasión benedictina
Den Skyldige. Gustav Möller
una sola locución bastó para construir
tu historia, llenar el vacío en suspensión
de inesperadas vueltas de tuerca, recursos
mentales por conseguir puntual intensidad,
formar rostros, voces, identidades, visión,
los diminutos ojos que captaban los grados
de luz y sombra. Eras mota irradiada, ínfima
realidad, función biológica, desesperados
encuentros de materia a partir del sonido
primordial. Y por mímesis fagocitas y creas
improbable me cuestionas en la trama fijada,
este orden tecnológico que tanto te subyuga,
este principio de subsistencia que te ubica
en la historia, los milimétricos detalles
que justifican tu mundo. A duras penas
me rehago de tanta perfección
transcurres centro de tu propio sistema,
una casa que cuidar, darle realidad a tu tiempo.
Y vigilas tu trabajo sin descanso. Te urge
la muerte. Esa oscura forma adquiere
impaciencia, se irrita de tanta atención,
clama por rutinas alternativas con nueva
función. Y desciendo a la mínima tarea:
respirar. Principio conocimiento desde mis faltas,
inconfesables tareas que al aire desafían,
inesperados recibos de actos pasados,
un secuestro vital que direcciona mis pasos,
una llamada de amor. Esa información desata
el espíritu: se expande, conexión tras conexión,
un detective del tiempo tratando de entender,
un viajero y su ruta. Se revelan ruinas
hermosas, relatos revisados, emotivas
sorpresas que la imaginación no prevee,
objetos cercanos que ahora sí admiten
la estereopsis de mi mirada, su luz
polarizada a los ojos invisible. Lo que parecía
ser ya no es, un estrato evolutivo más
en el océano profundo de la mente. Tomas
veces como planos superpuestos, tomas
el té de la tarde que dibuja inauditos crepúsculos.
Vas dando dedicado tus nocturnos remanentes
lo que vuelve te capacita sin mostrate
el para qué, evocas tu biblioteca emocional,
algún rincón neuronal que creías apagado,
la ingravidez de tu vida en la historia
que escribes, atemporal guión, otra vuelta
de tuerca y sus niños fantasmas distorsionándose,
ilimitada fantasía de la más irreal escena
donde se cierran los bronquios, todo a tu alrededor
se paraliza, no lo ven ya tus ojos. Verán lo que ves
dentro, tu conflicto interior ligado al tiempo
mientras se escapa el ahora, y sin abrir la boca
lo transmites. Un saber perdido te supera,
un dubitativo acaso: te va capacitando.
Usas el sonido sin precisa articulación
como sedante creativo que depure tus imágenes,
vital secuestro, la más irreal escena. Miras
y no está la luna. Son los lugares expectantes
emociones, molecular evocación, una historia
que contar, los personajes de un yo cosmológico,
una improbable sensación, una vía de conocimiento

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