viernes, 20 de mayo de 2022

Partita en E mayor. J. S. Bach

Partita en E mayor. J. S. Bach



 comienzas exuberante tus preludios refundiendo órganos y secuencias en una danza subatómica; omites sustitutos mentales con tu propia versión del mundo, lenta, elegante, magnífica giganta musical del amanecer. Sostienes luces y sombras en malabarista equilibrio, ese pertinaz zumbido del alma sin compases en su danza ancestral, aquella corte de luces primeras, esta imaginación inventada hace mucho ya: recompone orígenes desde una memoria mutilada, paradojas de tus pasos, voces implacables limitándola, soliloquios extraviados. Son las obras reseña tras reseña composicional, impresiones como partitas ejemplarizantes, nuevas habilidades que harán las veces de maestro, eslabones de invisible movimiento 

se abestiaron tus teclas cognitivas en el olvido de tus muertes, la ilimitada amplitud de tu libertad, el olvido de tus dones musicales como señor del tiempo. Y trabajas afanoso en tu corte empobrecida amagando corazones. Hablas jerárquico en esta brevedad piramidal, rastreas tu vacío por una sola pieza de verdad, naces y mueres, un día más. Pobre imaginación 

mantienes la forma equilibrista de apariencia y vacío, tus sonrientes sonatas para esta danza de la vida,  seleccionas aspectos para cada partita planteándote retos, esa corriente que te lleva sin métrica, este juego rítmico entre figuras cimbreantes, lento, acelerado, majestuoso, inmensurable. Afinas tu técnica solista entre las cuerdas, breve coda, inusual silencio; tiendes puentes arcoiris como etéreas gigas al tiempo, o una sencilla sarabanda que imite el movimiento, inefable partita de tus impresiones, una suite del continuum como logro impersonal. Minutos, eónicas variaciones sobre los compases que recompones, escalas seccionadas enmarcando centros obsesivos. Mayor, menor, impulsivo movimiento por las cuerdas de tu entramado. Sereno, inquieto, ruidoso circunloquio, un violín que se vacía, agónico silencio. Suplen palabras y números agobiantes incógnitas por un día, que a la noche generan nueva incógnita, la forma abrumadora de mi ignorancia, los brotes de una flor desconocida, una fuente imperceptible. Sólo me muestras mis manos decadentes vaciándose de significado. Y suena sin embargo el violín al nuevo día, depurada técnica, absoluto solista que jamás estuvo 

te siento a cada giro emocional de tus vísceras, de tu paso por gigantesco sol atenuando tu luz, lenta transición, eclipse brusco, una tormenta solar alborotando el chisporroteo neuronal, una sonata antigua escribiéndose en todo momento, aquí, ahora, siempre. Clarea tu escritura cuando melódica me acompañas, mueves rocalla interna reviviendo el jardín, y articulas secuencias de breve felicidad. Has desplegado inmensa realidad arriba como abajo, afuera como adentro permeabilizando el cosmos conocido y por conocer, allegro assai a veces que te deja sin respiración. Aún siento tu eco como lejano aliento creacional

llega lo que no buscas, alguna tarea mal aprendida, alguna experiencia enquistada, alguna mente extraviada. En tu haber mentes inquisitivas que escupen su miedo, receptivas formas sonriendo naturales como impulso primario, un ver y oír toda idea pasajera hambriento de un miembro más de este vasto cuerpo que es el tiempo. Estableces autorías que alienten esa búsqueda: partidas de época hablen al espacio inmenso tal virtuoso bohemio de las estrellas. Y responde violín solitario 

es tu sonata descatalogada consonante, barroca disposición de la materia, es concepción dual o cruz que un árbol desdibuja, movimiento de fuga improvisada como biológica cualidad, apertura y cierre de un diafragma cosmológico, contrapuntos musicales que fuerza antigua te exigiera. Fugaz consonante de múltiples voces imitándose a intervalos eónicos en estrictas armonías y desarmonías, aparentes contradicciones a la razón evolutiva. Es concepción instrumental del acechante posibilismo de tus combinaciones, técnica nueva, lugar ignoto, fuga. Es tu sonata violín de fuego ante tus ojos compactándose, un eco que retorna, irreconocible, a permitirte un paso más, estructurada pieza en voz ajena. Es tu fuga alternancia clara a ese haber antiguo, tema que funciona en tu episodio, pasaje concertado, denso ingenio de tu razón revitalizada. Añádeme a tu contraste en esa lógica del movimiento

 dejaste tus registros apagados por vivir tu tiempo, beber la vid entera, comer el fruto todo en onerosa tarea experiencial, rozar toda apariencia resonando entre las cosas en esta cámara de las fugas. Y sobreviviste: un segundo, un soplo que vacía tus pulmones, tu vientre, la hemisférica división de tu cerebro. Se arrojó la luz a la zona oscura de donde surge la vida, innato acorde, tu partida 

es tu sonata un artista visceral que dejó sus cálculos al mundo, un cuándo desesperado del todavía, agitado mar donde príncipes y princesas de amor se ahogan, millas y millas recorridas tras una brújula loca, una prisión de los sentidos donde pintar todo lienzo que decapar después con el tiempo como química, una feria de náufragos riéndose en sus islas. Estás fechado caducidad por desconocido mandato en un palacio de latón, en una velada musical de escasos instrumentos sin más evidencia pentagramática que tu precientífica intuición, tan acientífica, tan improbable que tus pies se paran. El mar te lleva, y todo significa nada. Es tu sonata hermosa conjetura, solitario violín derivando hacia la discordante nota, hacia el necesario silencio. Se diluye tu nombre letra a letra, se ahogan sus fonemas en el agua primordial como moléculas recombinadas para un nuevo principio de vida, premier cammer musicus

siempre estuviste a mi altura, hombro con hombro, mirada a mirada, beso a beso; sólo tu sombra distorsionó los ángulos,  las exigencias de un mundo sobrecogedor, roce a roce, cada aparente fricción, cada llaga tras su herida. Siempre estuve a tu altura en la escalada confirmando cada ápice de realidad creada, y es tu recuerdo memoria renovada, el presente de una mirada agradecida, sofisticadas piezas neurológicas de sanación o destrucción, ahora y en todo momento su elección en nombre del padre, y soy padre, del hijo, y soy hijo, y de la imperturbable luz que nos comunica; de la madre, y soy madre, de la hija, y soy hija que onda hilvana lo visible y lo invisible, eterna juventud, vejez inmaculada que toca violín solista bajo un haz de luna. Soy forma penetrante, cuerda en una orquesta cuyo orden desconozco, lo que hubiera podido ser, lo que fui, lo que soy, desbocado clavicémbalo afinandose entre infinitas posibilidades, un instrumento de infinitud, la evidencia de vida. Me dijiste de tu amor: nadie se lo llevó, sólo tú oscureciste lo que en tí permanece, ahora y en todo momento. Y aprende tu piel envejecida de cada pensante célula su mecánico lenguaje vital, los susurros de un misterio inmencionable 

es tu sonata reflejo de una olvidada habilidad, una composición que se involucró en el autoconocimiento, una posibilidad más en el pentagrama cosmológico, una limitación autoimpuesta como tope de maestría, una técnica que será aceptada a cada roce, cada onerosa fricción, la cumbre de un planeta extraño, una literatura sin género de inacabable trama, una variación musical a tu alcance asombrándote una vez más. Qué hacer con tu tiempo si abarca lo infinito en esta finitud, este físico contrapunto entre densidad y levedad, esta macabra danza que en un segundo se torna impetuosa fiesta, desbocada boca, melódico ritmo, desenfrenada invención, silencio inmóvil. Eres tu propia partita en secuencias que fluyen o se atascan en la rareza de los hechos, movimiento inspirado, inopinado encuentro, un tropiezo indefinible que sólo el tiempo dotará de sentido. Eres artística naturaleza alternando adagios e inesperados allegros, mi querida sonata

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