Match. Stephen Belber
en tu camino las mañanas llaman
a sus exóticos narradores emparejándote
ansiosos con sus cuentos. Educados,
no profanan el aire ni tu soledad.
No se acaban los trinos, ni la llamada
del amigo que te cita
tu propio cuenco milagroso excediste
con tus dramas y paupérrimos diálogos,
tu histriónico acontecer recitándote manida
frase, tu pausa teatral, tu entonación
inconsciente, esa maravilla actoral de ser
humano, de ser cualquier cosa que aprehendieras.
Consiguiste engrandecerte como un sapo hinchado
de hormonas, colorido globo sobre falaces líneas
de historia, un niño apropiándose de sus monstruos,
sus personajes coreografiados de creíbles manierismos:
espurios momentos hijos de la primera bacteria.
Creías dominar la escena: sólo te impresionaste
a ti mismo, un gesto de espacio reducido, una obra
menor buscando la emoción de estar vivo.
Te encantaba sopesar el miedo ajeno
que en la alacena de tu inconsciencia se iba
almacenando, ese giro brusco e increíble
saliéndose de guión, esa construcción actoral
que enrevesara tu intención verdadera:
sobrevivir a costa del otro. Y eras el otro.
Lucías magnífica forma, esa que abruma
a los sentidos, pacata inspiración que no
contaba si no historia ajena, pauta asimilada
sin ápice de crítica, pareja de ases desgastada,
mundanal prestigio chabacano entre los amiguitos
de las bellas artes, asesinato inclusive. Espectador
te revuelves ante la pobreza que semejante miseria
genera, orgánico caldo de totalitarismo que, una vez
más, recalientas, vórtice excretal de ese espiritual
nefridio obturado. Vas girando con el mundo bailarín
que clama por una pista de baile a su medida,
orador sordo a toda revelación, reo de perpetua
sospecha, sombra de sombras oscureciéndose
a cada asunción, finita biología. Giras el rostro
a tu diestra, alzas la vista, se estira la imagen
rama que lleva de tu madre a la primera madre;
a tu siniestra, de tu padre al primer padre, árbol
inmenso cuya copa se desdibuja hacia el no-tiempo.
Me mira un bebé en mi lecho de muerte
irascible en mi caos ato lazos en líneas temporales,
revelen quizás la exacta profundidad de mi vínculo
terrestre, quizás un conocimiento vedado a mi razón,
este perpetuo abandono, esta cósmica orfandad.
Se va difuminando mi propia imagen tal
la costosa identidad fabricada se fragmenta,
esta vergüenza enfermiza del niño desolado.
Llévame como pago a mi intuición, ese coste
emocional de los regresos, ese tres como argumento.
Y me cuentas de tus pactos interiores, tu indeleble
casamiento de vida y muerte, un amor que triunfa
sobre el miedo como inspirada aspiración. Te amo
en la mistérica separación como verdad
inalcanzable a la razón, un día más
abdurdo renegar de tu ADN, repetitivo sampler,
burbuja bucle de nuestro comportamiento,
una avalancha de voces hambrientas,
un laboratorio de voraces bacterias
tu volcánica violencia fermenta magmática en el roce tectónico del día a día, invisibles cargas prediluvianas que te llevan al origen, este caos por el que deambulo que a duras penas cuantifico. Se aprietan lazos hasta el ahogamiento: sólo en esa muerte se revele quizás la causa primera, el conocimiento de la no-causa, la negación de tu singularidad, de tu orfandad. Intuye el regreso un hogar aquí sin paredes ni muros, ese casamiento indeleble sin rito alguno, terrorífica verdad, un día más
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