miércoles, 25 de mayo de 2022

Match

Match. Stephen Belber


en tu camino las mañanas llaman
 a sus exóticos narradores emparejándote 
ansiosos con sus cuentos. Educados, 
no profanan el aire ni tu soledad.
 No se acaban los trinos, ni la llamada 
del amigo que te cita

tu propio cuenco milagroso excediste
 con tus dramas y paupérrimos diálogos,
 tu histriónico acontecer recitándote manida
 frase, tu pausa teatral, tu entonación
 inconsciente, esa maravilla actoral de ser
 humano, de ser cualquier cosa que aprehendieras.
 Consiguiste engrandecerte como un sapo hinchado
 de hormonas, colorido globo sobre falaces líneas
 de historia, un niño apropiándose de sus monstruos, 
sus personajes coreografiados de creíbles manierismos: 
espurios momentos hijos de la primera bacteria. 
Creías dominar la escena: sólo te impresionaste
 a ti mismo, un gesto de espacio reducido, una obra
 menor buscando la emoción de estar vivo. 
Te encantaba sopesar el miedo ajeno 
que en la alacena de tu inconsciencia se iba 
almacenando, ese giro brusco e increíble 
saliéndose de guión, esa construcción actoral 
que enrevesara tu intención verdadera: 
sobrevivir a costa del otro. Y eras el otro. 
Lucías magnífica forma, esa que abruma 
a los sentidos, pacata inspiración que no
 contaba si no historia ajena, pauta asimilada
 sin ápice de crítica, pareja de ases desgastada,
 mundanal prestigio chabacano entre los amiguitos 
de las bellas artes, asesinato inclusive. Espectador
 te revuelves ante la pobreza que semejante miseria 
genera, orgánico caldo de totalitarismo que, una vez 
más, recalientas, vórtice excretal de ese espiritual 
nefridio obturado. Vas girando con el mundo bailarín
 que clama por una pista de baile a su medida,
 orador sordo a toda revelación, reo de perpetua
 sospecha, sombra de sombras oscureciéndose
 a cada asunción, finita biología. Giras el rostro
 a tu diestra, alzas la vista, se estira la imagen
 rama que lleva de tu madre a la primera madre; 
a tu siniestra, de tu padre al primer padre, árbol
 inmenso cuya copa se desdibuja hacia el no-tiempo. 
Me mira un bebé en mi lecho de muerte

irascible en mi caos ato lazos en líneas temporales, 
revelen quizás la exacta profundidad de mi vínculo
 terrestre, quizás un conocimiento vedado a mi razón, 
este perpetuo abandono, esta cósmica orfandad. 
Se va difuminando mi propia imagen tal
 la costosa identidad fabricada se fragmenta, 
esta vergüenza enfermiza del niño desolado.
 Llévame como pago a mi intuición, ese coste 
emocional de los regresos, ese tres como argumento.
 Y me cuentas de tus pactos interiores, tu indeleble 
casamiento de vida y muerte, un amor que triunfa 
sobre el miedo como inspirada aspiración. Te amo
 en la mistérica separación como verdad 
inalcanzable a la razón, un día más 

abdurdo renegar de tu ADN, repetitivo sampler
burbuja bucle de nuestro comportamiento,
 una avalancha de voces hambrientas, 
un laboratorio de voraces bacterias  

tu volcánica violencia fermenta magmática en el roce tectónico del día a día, invisibles cargas prediluvianas que te llevan al origen, este caos por el que deambulo que a duras penas cuantifico. Se aprietan lazos hasta el ahogamiento: sólo en esa muerte se revele quizás la causa primera, el conocimiento de la no-causa, la negación de tu singularidad, de tu orfandad. Intuye el regreso un hogar aquí sin paredes ni muros, ese casamiento indeleble sin rito alguno, terrorífica verdad, un día más 

No hay comentarios:

Publicar un comentario