¿Para qué saber el verso
que te dice no saberlo
dejándote el alma pobre?
Fría limosna que te apena
que la distancia tensa,
amor de una despedida necesaria,
el que salva cada relación
del tiempo.
A mi hombro acudes
con suavidad de polen,
dorada inseminación caída
del cielo, mano que llama
desde un ancestro común.
Navego en el aparente vacío
entre los haces que nos unen.
Lo que fuimos es, lo que fueres
es sin suma ni resta: vive
quiere la noche mi aurora
donde azul y oro me diluyó,
donde lo que mi alma sabe
deviene prístina ignorancia
cuando ella pasa empaña
el iris de mis ojos, cristal
que se endereza depurando
imágenes, vertiginoso celuloide
se ha hecho el torso jardín,
allá que brota rosa de acerada espina, la que sólo mis dedos tocan. Y sangran
hay tras la aflicción el arrojo
de una luz velada, el brillo
de criaturas que desconozco.
Soy el espacio en que se mueven
se escriben las cosas
en un intermedio terrenal,
mis pies parecen andar
sobre sendas pedregosas,
confunden mis ojos lo que es
con lo que no. Las cosas
me leen con piedad infinita
se ha sentado junto a mí una ventana, su esmerilado cristal
desempañándose, nítida imagen de un pensamiento juguetón,
adorable criatura
no hay pérdida en el sueño,
que no cesa, nada cae ahí,
ni muere. Se ha estirado
la terraza hasta una estrella,
que de mí tira
desata hoy el altozano su elemento,
deja caer el viento arrullando
todo lamento del alba
dicen esto y aquello,
inocua pretensión de verdad
escurriendo sentimientos,
dando fuelle a su creatividad,
acallando al corazón
deviene sonido único
en insondable abstracción,
una constante cosmológica
a la que quiero dar sentido,
la que me dio la voz
procuro sea mi habla gratitud,
sonora existencia aún si el todo
la desborda, aún si el defecto
me desvirtúa. Callo entonces:
ya te lo decía el verso
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