me embarga tu soledad antigua, esa considerada cultura elemental de la mente arbórea que tiendes a sacralizar. Y es que preciso tu idea naciente, tu madera como símbolo de vida, tu profundo canto que me protege. Venero tus partículas hogar de lo divino
eres especie de sin igual resiliencia, el cambio que tu lucha genera, el clima que absorbes hasta su forma lingüística. Capturas los siglos de evolución
eres subconjunto ansiando conjunto, trepas a las ramas más altas por delinear tu propia poda, dibujas formas a la copa que habitas con sólo expresarte, extiendes tus brazos sobre la tierra. Crecen en tus ramificaciones caducas hojas y perennes, ocultas flores y vistosas, capturas siglos de evolución
transformas tu suelo conservando mínimas dehesas de exóticos frutos, el alimento de los espíritus montaraces. Mezclas formas en tus bosques escondidos, posibles hábitats para tu fauna mental más salvaje, pequeñas reservas de tu naturaleza ancestral
poseo ancho tronco de agrietada corteza que el tiempo agrisa, una floración ya invernal que duda del estío, monoica convivencia de sus huestes. Cultivo aún mis semillas al conversar con mis raíces, alabo la resiliencia de sus brotes en cualquier suelo
desconozco país aquí subido al árbol, se diluyen los nombres entre islas paradisíacas, arden en los volcanes, se ocupa mi estima de las hectáreas perdidas de suelo fresco, de los metros de especial altitud donde lo extremo se evapora
¿cuál el fruto de esta sequedad, de aquella semilla peculiar que mi infancia plantó en las pequeñas cúpulas de mi tronco con el artístico celo que el Sol bendecía?
es fruto mi suelo, esta preciada recolección que dan barniz a mi piel, este hacer de tenaz carpintero reparando mis desgastadas piezas, este roce sometido de la periódica labranza y su hidráulico empeño
ese fruto me sirves de curado alimento que el animal deprecia, la distancia el tiempo recorrido hasta llegar a mí, retorcida rama, soledad antigua
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