martes, 31 de diciembre de 2024

El Príncipe Igor. Alexander Borodín CONFONÍA

la frustración es un tiempo de abandono, agota la esperanza  su combustible de ofrenda marchita,  tus bocetos se hacen anodinos, parecen orquestarse los números en tu contra, te preparan ajedrecistas celadas  para un nuevo concierto de años venideros, van anunciando su nueva danza en tu coral ensayo. El tiempo te comenta sus teatrales partes, reprocha tu desesperación, tu irritante descontento. Viene a mi casa entrada la noche trayendo su partitura, me pone el Ello del revés embalsándome momia. Mantiene intactas mis heridas que puntea con su lápiz magistral, las cuelga de mi tendedero espiritual y hace vibrar sus cuerdas con las estrellas. Se reordenan los dígitos en nueva copia 

comienzo a estudiar la prontitud como reflejo interiorizado, interpreto su repertorio de formas que aprenden de sí mismas a salvo de falsos profetas. Y compongo piezas de una sinfonía inabarcable,  la vida me sigue rebosante. Comienzo a producir cantidades de tiempo cualificadas, la muerte queda inconclusa en su forma amistosa. Articulan domésticas investigaciones entre ácidas analogías, fosfóricas algunas hasta la quemazón, un laboratorio donde todo se permuta, eventos revocados de su orden, caos, inicial. Llega el pecho a oprimirse 

estudio lo reciente bogando en la memoria, una secuencia de escenas con nuevo enfoque, la tradición revocada usando la nueva posición, prolongándola hacia nuevos actores, variándola. Se superponen acontecimientos como piezas independientes sin perder coherencia

escribo menudeces como tropezones de la sopa cuántica, pequeños encuentros en el laboratorio, una comunicación directa con mi casa. Me siento ante mis lingüísticas probetas y las lleno de incoloro éter, las comunico forzando pequeñas vasijas semánticas como minuteros de tiempo, florales clepsidras destilando su agua. La prontitud yace dormida, liberada de su rueda perceptiva, una música conversa conmigo. Me precipito a veces en la quemazón, pero la música siempre vuelve. Doy testimonio de esa impersal autoría, confieso mi ignorancia, mi deuda cósmica que invierno y soledad purifican, toda una clase magistral. La amistosa muerte pone todo revés corrigiendo a tus sentidos, dicta su ancestral tradición sin moverte de casa. Grácil coro me escribe un último acto

uno de mis puntos y aparte ha salido pitando al verme, considera mi interpretación de lo real una desleal interferencia, una práctica de omisión imperdonable. Se menciona a sí mismo por producir memoria, por numerar sus actos constitutivos de sentido, por convencerme de su autenticidad, tan dramático él. Mantenerlo proporciona alguna página loable, un enlace narrativo potable, la idea de destino como fondo, y con ella la de origen. Memorable. Le escucho

es el abandono un detrás que te toma en serio, un enlace operacional al que pondrás título, todo un proyecto crítico contigo mismo, semillero de artística sabiduría que en tu propia epopeya florecerá. Y va y me sugiere poéticas prosas repletas de lingüísticas huestes que envío a esquematizar el mundo, propuestas que arguyan sobre vitales aventuras que serán libreto operacional, cerrados planes en que todo parece encajar en una transitoria perfección. ¿Podrá un yo convencidos de yo con el trabajo? Perdido en el bosque, ahí detrás, surgirá

con espesos hechos me obstaculizo engañando a la memoria, una literaria inexactitud que me agrada, relatos que aderezo con especias traídas de lejos, temas que se numeran a sí mismos en un orden afortunado o no, volátiles fragmentos rescatados del olvido. Me altera esa espesura con su ruidosa fanfarria progresando en sus inesperadas combinaciones, las frases manidas, los pormenores absurdos, la partitura práctica de los días 

recojo materiales de versiones que me lleven a la fuente original, de esbozos olvidados repletos de dudas, aireo mis propios recelos en el diálogo interno evitando drama, el movimiento operístico. Laxo, el sentido se va desnaturalizando hasta vaciarse, hasta la inamovilidad. He derivado el material a su origen, divina ligereza 

muere mi yo a menudo con  repentina dejadez, queda siempre algo por hacer, esta ópera incompleta de innumerables histriones, este domicilio donde recopilo información, todas estas partituras por acabar que el viento se lleva. Hace mi casa sus cuentas clasificando manuscritos, numerando los corales lamentos como elegías recitadas en lacrimógenas arias. Orquesta a los mismísimos compositores guardando las formas en su pasión desmedida, bosqueja la luz diáfana entre esos fragmentos de existencia. No hay libreto aquí, los actos son un campo de versos por escribir, números que no muestran conexión alguna, argumentos de anodinas charlas, productiva mente. Quito y pongo cosas como en los sueños, cantidades y pertenencias ilusorias, soluciones y problemas que entretengan ego, huecos de abisal vacío y el vértigo de la desmemoria. Interpreto roles en la función cósmica, siempre inconclusa. Nueva orquestación 

aborta la prontitud su comunitaria membresía, agrupa pensamientos que reciclarán otros, sus números aporta como forma creativa que justifiquen sus actos, y caminos te allana en tus viajes de vuelta. Un coro de segundos abre hasta su eclipse

se me ha perdido una idea de dudosa inspiracion en aquel fugaz epílogo, algún ejemplar de memoria recauchutada

vuelve algún maestro trayendo la inspiración original, sus colegas parnasianos le animan desde algún peldaño de la Historia, crean el ambiente apropiado de celeste épica sin mofarse demasiado. Ya deserté de aquella clausura 

la memoria me menciona hermosos atardeceres, glorifica aquellos soles derramando su música sobre el coro de nubes, aquellos epílogos cambiantes augurando grandiosas oberturas que autor alguno reclamara. Alaba esa memoria cada expedición del ego hasta su eclipse, cada partida jugada en el diviso tablero de la vida, siempre flanqueado por la totalidad: el coro escribía sus números en infantil pizarra, consideraba dimensiones tras el justo, necesario abandono 

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