martes, 9 de septiembre de 2025

Dos veleros al amanecer (1868). Ivan Aivazovsky LLORAR DE ESTILO


se muestra tu calma en tu inquietud reconvertida, un sosiego atravesado por ocasos, el dorado de sus atardeceres como pictórica maestra de las más diversas sensaciones, su inmanente transmisión 

me piensa el paisaje, trae maestros que llegan a un acuerdo, deja fuera cualquier forma de competitividad

dicta el pincel su propio mérito, su descriptivo uso de lo inefable en un encantamiento

nazco y muero sin cambio de lugar, desclasificado en el más realista de los romanticismos, tan elemental

componen todas mis mitades los cuadros de aquel paisaje

cada llegada estudio con académico rigor, un imperio de las artes, cada clase un paisaje 

es mi paso años de cercana creación, prolífica conversión del movimiento en quietud absoluta

allí se guarda el registro de todo nacimiento, inscrito en una inabarcable realidad, el nombre que te encuentra

suele el cuadro estremecerse a cada encuentro, maleable forma

fui tiempo de artísticos despuntes, de innumerables números expuestos al error

en todas las aguas me proyecto, ese temor a la incertidumbre que a duras penas transformo en respeto, esa inquietud acompañada de toda clase de emociones, eléctricas tormentas sobre mi frágil embarcación: el cuadro se estremece

viaja mi pequeño artista por los planetas reconocidos, pavoroso recorrido

azaroso guardo los paisajes en algún rincón neuronal del cosmos, el plasma de algún momento posterior que se hará idea

cada técnica admiro en su lumínica aplicación, cada capa de vida como morada de efectiva transparencia, finísimas creaciones como acabadas veladuras de aquella realidad inabarcable, líquidos pensamientos

en mis narraciones te reconozco, visito tu calma, quedo, inmanente transmisión 

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