sábado, 6 de septiembre de 2025

El mundo de Cristina. Andrew Whyeth LLORAR DE ESTILO


llegaba a este punto de bondad polimórfica en que recuerdo toda causa invalidando mis afectos, el extremo que adquiere el agua descontaminada, el modo asintomático de existir sin complicaciones, el dopaje de mis motoneuronas en la sustancia gris de mi médula espinal, una suerte de parálisis cognitiva. Se inervan mis músculos, una flacidez sensitiva a cualquier estímulo sin deformación alguna de realidad. Sigo erguido por los caminos

obra el arte sus iconos por los medios más queridos hasta hacerse popular

y va y la forma se nos manifiesta personal sin esfuerzo alguno, parece desprenderse de nuestras retinas, ante cada escena conmivido la contemplo, me siento. En un prado inmenso me alcanza la distancia enorme, un ejercicio que trato con exquisita sensibilidad evitando cualquier forma de recreación, se hace toda dolencia franqueable, transforma

de colores se viste este yacer, de hierba que alcanzara la colina, de accidentes que plácidos me miran pues estoy en su hogar

el más claro prototipo de luz se realiza recostándose sobre la hierba, una inmensidad sin fondo, un momento irretratable aún frisando el tiempo, un ser de eterna juventud al que debo la vida, mi propio torso convertido en tiempo, mi artístico valedor, mi impulso. Recorro mis secuelas con respetuoso andar, allá que me desplazo con amorosas miradas, aparatosos movimientos a veces, arrastrándome otras, una esforzada traslación con liberadores lapsus

me inquieta el arte con góticos momentos, inesperadas apareciones de ignota maternidad 

me pintan algunas razones una cotidianeidad más afable, la vida y sus temas como una corriente sin despuntes, me pinta la historia sin especial predilección, su propia composición constituyen

trato a mi pequeño historiador con seriedad, sabe de mis realidades, de mis retratos más proximos que se resiste a invalidar. Allí se sienta, sobre la hierba

su realismo decimonónico me conmueve con su meticuloso naturalismo, aún si sabe de la dificultad de cada brizna

es su poética escenográfica, la voluntad de un arte sin duales, de una justicia vital que arramble con la desolación, ese punto de bondad polimórfica 

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