en la superficie de las cosas te diferencio, santo drenaje de realidades hasta el desierto de los vientos endiablados, donde el hundimiento de profunda melancolía, una isla de baja presión atmosférica y atormentados pasos sin norte, un mecanismo biológico. Ocurren también los momentos de soplo fuerte en lo alto de la cresta montañosa, los ves venir desde la bahía de tu mirada, el aire hundido que inunda tu pecho de un calor proverbial, se humedecen los ojos. Todo cae en su sitio como piezas de un puzle, todo captas en el viento que te cruza, y pautas el tiempo del valle en tu vaguada de las altas presiones. Has atraído el aire fresco que te humedece, el justo gradiente del equilibrio, una suficiencia que te reconvierte. Hay ráfagas de seres queridos como taquiones invisibles, partículas de sotavento en las crestas más altas, en la cordillera de un litoral infinito donde el tiempo se esfuma. Y un viento templado actúa de barlovento comunicando el arriba y el abajo. Forestal me incendio con tus corrientes de aire, un fuego que de dentro surge
me tantea aquel viento endiablado con las visiones estacionales hasta resecar mi neurológica vegetación. Humedezco
priman los términos que en tu nombre uso comunicando lugares y seres, distinguido fuego de mis particulares tormentas, comparo formas por conocerme, hacerme familiar entre los puntos cardinales, hecho que preceda a los nombres. Los usaré relacionándolos
combino vientos en la presión creativa, se hunden las cuencas de mis ojos en el litoral infinito, desciendo a un ínfimo nivel de comprensión, una sorda calidez, una humedad pautada
acuña tu nombre nombres por la observación que soplas, interiorizo el valle con endiablada familiaridad, lo hago consciente de mí con fiera sensibilidad llenándose de significados, santo drenaje
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