miércoles, 2 de octubre de 2013

Elías yace, de El Libro de Elías


       Crepuscular.
       Ese  azul  celeste se apaga sin aliento de rayos. El manto oscu­ro empapa gota a gota la tibieza del color. La tierra predis­pone su cuerpo a la humedad exhalando apenas. Una  mosca  farandulera ronda el caballón, busca el último hogar sin inquilino del día, caracolas, hambre, no tengo hambre, ¿es posible?, esta fragancia que emerge lenta, todo el huerto se alza mojado, abre el apetito. Siem­pre me ha incitado este olor a tierra húmeda, aunque sólo fuera una  naranja.
       Albaricoque briñón, peras de San Juan, cascabelillos, limón y naranja, un par de almendros,  membrillo. Y un cerezo, el pequeño gran huerto de frutales, mi pedazo de tierra sobre el planeta, una micra de globo desde la estratosfera,  la única posesión y aún así incierta. En la albarrada de abajo legumbres y hortalizas. Más allá el barranco, la torrentera de piedras que empuja la lluvia. ¡Qué fuerza cuando se hace río! Río perenne y el paraíso. No, no es reproche. Los momentos de paz, el aislamiento, saber que siempre puedo volver,  recomponer mi vida, mi fin.
       El dolor en el pecho, no siento el ritmo del aire, ¿res­piro? Debiera percibir el peso del cuerpo sobre la tierra, el fres­cor del alba. No, es la  noche quien cae ralentizada por los bra­zos del aire, como una sábana de azul marino. No es rocío de madru­gada lo que impregna la piel, es humedad nocturna, tanta como augu­rio de invierno.


 Principios de Diciembre. Los otoños se estiran en esta tierra madre como sus luces, esta placenta del retorno vence a la frente oscura, a las bajas presiones. Ved la flor de un día aguantando semanas el azote del viento, las hojas abra­zan su rama madre, rehuyen la alfombra de grama,  ronronean y silban al  viento rogando clemencia.
       Sin perfume en el jardín, ¿se oculta rancio en el poderoso olor a  hierba mojada? La tierra se abre, que la  tierra  guarde mi cuerpo en este lugar, mi vida en un agujero, un santua­rio, mi cuerpo es un almacén de paraísos, el centro del que emanan mis sueños. Vida, si la  materia es energía…No, la inmortalidad es difícil recurso, ausencia de respuestas, mi razón se extravía, ¡ilusiones!, sólo hay idas y venidas de la memo­ria, el fracaso del tiempo,  la memoria de ti en los otros, que te recuperen, que te desarchiven.
       La noche arropa mis párpados. Yo inmune al frío sobre el caballón de tierra. Sobre la tierra andan los niños, los niños se suben en alas de una lógica desconocida, primigenia, son cuerpo indistinto de todo lo que les rodea, son la madre, el excremento que ofrendan a sus progenitores. Los padres deben valorarle al niño la hez como a él mismo, ni una mueca de disgusto porque el olor no tiene componentes culturales, es su misma fragancia. La luna es el pecho materno desprendiéndose del néctar que calma los impulsos del hambre, el lloro irritante la atrae, es un seguro de vida. Y aún el pezón rocoso se resiste a mi mordisco, la leche tibia me llega a borbotones ridículos, agotado como estoy de buscar el aire.
...

Pic: A child, The Pic-Poem Book - Nature 

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