martes, 7 de enero de 2014

de El Libro de Elías [with Robert Rich]


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¿Qué hacer una vez enchufado el primer cigarro y bebidos los primeros vasos de agua del grifo del lavabo? Escribir. Me vestí, tomé la libretita y el boli que el propio hotel dispensaba a sus clientes en la mesita de noche y salí al pasillo. El corredor lleva hasta una pequeña sala adonde trasladé uno de los ceniceros tubo. Me acomodé y la lengua se desató sobre la libreta. Desde la habitación 921 hasta la salita recorres un ventanal sin fisuras desde el que ves la ciudad iluminada por miles de adornos navideños, enormes hileras de bombillas rojas y amarillas que perfilaban la silueta de los edificios más representativos de la ciudad. Ese tiempo ralentizado culminaba en una imagen de la sala del tiempo de Kubrick en 2001, fría, neoclásica, ausente de cualquier connotación moral, o su contrario, llena de una ética superior por la simetría luminiscente de su estética, allá donde el ser se manifiesta. Me pareció el lugar indicado para rebajar la pasión que me empujaba a escribir, el grado de ebullición.
            Pasé ensimismado ese tiempo, tiempo distinto al que vivían mis seres más cercanos, por no hablar del resto de la humanidad. Cuando volví a alzar la vista para ver cuál era el tiempo de los mortales eran las seis y cuarto. Necesitaba, ¿necesitaba?, un café y un cigarro, así es que hice una primera intentona. Bajé a recepción rodeado de fantasmas y moquetas ruidosas, como si recorriera los pasillos de El Resplandor con el ánima serena, sonriendo incluso a mis propias bromas visionarias, a la insistencia de esas imágenes kubrickianas. Se abre la puerta del ascensor a juego con el silencio invernal, ese que hiela los poros de la piel a pesar de la calefacción. Sólo la puerta al cerrarse confirió vida al entorno. El conserje debía estar durmiendo en uno de los sofás que enfrentaban recepción. Salió de la oscuridad de un bote, esforzándose por disimular la inoportuna quiebra de sus pulsiones. ¿Qué desea?, me acercaba y su aspecto reforzó lo que su acento ya me había dicho, un emigrante ecuatoriano al que habían dado el turno de noche.


















 El bar no abriría hasta las siete y cuarto. Sala de Kubrick, palabras algo más desganadas, aún con sentido, persiguiendo alguna imagen, alguna idea, o sometiendo a ambas al enlace artificial de los tropos, un cigarro que se contiene en la cajetilla aguardando la recompensa de un café, ¡qué cojones!, lo que no me fume ahora quizás no lo fume nunca más, agua para limpiar el carajo, las siete por fin, el bar está abierto, grandioso café con leche y calor humano, un camarero dispuesto a servirme infinitos cafés. Pero la fuente se había agotado, no más poemas, y sin embargo el sistema nervioso pedía algo más. Ahí surgió: una novela, atrévete con una novela, madura tu innata incapacidad para la constancia, reduce tu mundo a la neurosis de escribir una novela. Tu pulsión es el verso, el verso te da libertad absoluta, estructurar un poemario es un ejercicio de infinito, podrías no cerrarlo nunca, revivir sus mecanismos internos eternamente leyéndolos cada vez de una forma distinta porque en la superación de los contrarios hallas la verdadera libertad, belleza robada, la mentira perfecta libre a su vez del mal dicente para que otros se crean las suyas propias. ¡Pero una novela! 
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Pic: el ansia viva, The Pic-Poem Book - (K)Eros 

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