Hermann Broch (1886-1951) nació en el seno de una de las pocas grandes
familias judías que pudo prosperar entre la aristocracia germánica. Acabó la
carrera de Ingeniero con vistas a trabajar en la empresa textil de la familia,
pero el cúmulo de acontecimientos de principios del siglo XX le llevaron por
otro camino, hasta el punto de escribir una de las obras fundamentales de la
narrativa del siglo XX y destacar, junto a Kafka y Joyce, como uno de los
escritores que, en torno a los años veinte de ese siglo, llevaron a cabo una revolución
formal de la narrativa.
La Muerte de Virgilio se gestó
durante
La obra de Hermann Broch no ha sido reconocida como
merece fuera del ámbito de la literatura germánica, y sin embargo está a la
altura de la de Joyce, Faulkner, Woolf y Proust en cuanto a su repercusión
entre los literatos de las generaciones siguientes. El propio Thomas Mann, tras
leer La Muerte de Virgilio la define
como “el poema en prosa más importante
escrito en lengua alemana”. Aldous Huxley reconocía en Broch su mayor revelación y conmoción al haber sido capaz
de diluir las tradicionales marcas de la novela al pasar de la prosa al drama y
al poema como reflejos atemporales y por ello necesarios y no opuestos de las
realidades de la vida.
En Broch revivimos aquella
Viena decadente del Imperio Austro-Húngaro que sucumbiría a la inmisericorde
presión de la Historia, aquella Viena de músicos, de monumentales palacios del
pasado esplendor, de los coloridos cafés donde el joven ingeniero departiría
con Musil, con Kafka, con Rilke, con el psicoanálisis, de Kabaretten y burdeles sofisticados. Se percibe en la obra de
Hermann Broch la energía que contestará al materialismo y en su riesgo estético
y ‘deconstrucción’ otea un renacimiento aún lejano. Para Broch, lo real y lo
racional anulan la vivencia ‘real`, poética. Consciente de su atrevimiento,
cree estar yendo, en los primeros borradores de La
Muerte de Virgilio, más allá de su admirado Joyce:
“El arte que no es capaz de reproducir la
totalidad del mundo no es arte… Escribir
poesía significa adquirir el conocimiento a través de la forma. A todo nuevo
conocimiento sólo se puede acceder a través de nuevas formas. Esto significa
necesariamente el extrañamiento y alejamiento de público tal como se lo
entiende…”
Joyce y posiblemente Einstein le
ayudaron a salir de Alemania para, precisamente con la finalización de La Muerte
de Virgilio, combatir por medio de la literatura la decadencia espiritual
europea y forzar ese anhelado renacimiento del lenguaje narrativo centrado en la
existencia y el misterio cósmico. Hermann Broch anhela
resucitar el espíritu de Hölderlin, de Dante, de la tradición homérica, del
mismo Virgilio; como Baudelaire, anhela, con esa misma estética desesperada, con el arte, combatir
la ruinosa bajeza del crimen total(itario), histórico. Paradójicamente, la
novela fue editada gracias a la ayuda de la Fundación Rockefeller, la beca
Guggenheim y el PEN club.
Virgilio ha concluido La Eneida. Vuelve de Grecia al
puerto de Brindisi en compañía de Augusto. Rezuma en él la desilusión del arte
y pide a sus sirvientes y amigos quemen esa obra que el mismísimo Augusto califica
de “poema divino”. Broch, en su
propia agonía como víctima del neo-paganismo nazi, de judío exiliado en la creciente
barbarie norteamericana, establece en su obra ese puente atemporal. Hurga en el
paganismo de Virgilio una respuesta a la existencia, una justificación del
orden cósmico que medie entre el absurdo, la crueldad, y el increíble milagro
de la vida. El campesino de Mantua, Virgilio, poeta de los dioses antiguos, ilumina
al desconsolado Broch en la sabiduría de la muerte, le ayuda a aceptar su disolución
en el éter primigenio, a regresar al universo después del día de la vida. Sin miedo,
es decir, sin esperanzas metafísicas, sin juicio o condena, sin reencarnaciones.
Pero flaquea, siente que el arte no puede trascender el plano de lo humano, de lo
que es en el tiempo-espacio, que la visión de Anaximandro del silencio cósmico a donde todo, las cosas, los
hombres, el sueño de los dioses regresa de acuerdo a la inexorable ley del
retorno, donde pasado y presente se encuentran, es inaprehensible. El Ser descorre el velo de Maya, la ilusión de la vida inmediata
ante la muerte y el fin de las cosas.
Hay en La Muerte de Virgilio un
aroma subyacente de origen búdico. Broch, irónicamente, murió de un ataque al
corazón en 1951. A diferencia de su creación, de su Virgilio, se le privó de
esa “lenta extinción” en el Todo que sí
supo regalarnos a través de Virgilio.
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