miércoles, 30 de julio de 2014

La Muerte de Virgilio, Hermann Broch



















 Hermann Broch (1886-1951) nació en el seno de una de las pocas grandes familias judías que pudo prosperar entre la aristocracia germánica. Acabó la carrera de Ingeniero con vistas a trabajar en la empresa textil de la familia, pero el cúmulo de acontecimientos de principios del siglo XX le llevaron por otro camino, hasta el punto de escribir una de las obras fundamentales de la narrativa del siglo XX y destacar, junto a Kafka y Joyce, como uno de los escritores que, en torno a los años veinte de ese siglo, llevaron a cabo una revolución formal de la narrativa.
 La Muerte de Virgilio se gestó durante las cinco semanas que Broch estuvo encarcelado en Alt-Ausse, tras su arresto por la Gestapo. La novela será publicada---en inglés y alemán--- en 1945 tras ser finalizada durante su exilio en Estados Unidos.
 Fiel a ese tiempo de violentos cambios y renacimiento, su obra se refleja en la época del emperador romano Augusto para indagar sobre la posibilidad del conocimiento y la función del arte en un momento de crisis. La novedad está en la forma: Broch combina la reflexión filosófica con la lírica y el análisis psicológico, construye un extenso poema en prosa forzando el lenguaje hasta el delirio y transgrediendo así la norma en la narrativa tradicional.
 El poeta Virgilio, horas antes a su muerte, las dieciocho últimas horas de su vida, habla desde un duermevela en el que el tiempo, presente y pasado, se difumina, en el que vigilia y sueño se unen hasta borrar los límites entre ‘realidad’ y alucinación. La percepción, en ese desapego de la realidad, se sumerge en un barroco análisis de su entorno físico y mental a través del lenguaje, lo que le permite desmenuzar, distorsionar y, en fin, probar sus límites dando lugar con ello a un profundo estudio de las posibilidades del lenguaje como herramienta de conocimiento.
 La obra de  Hermann Broch no ha sido reconocida como merece fuera del ámbito de la literatura germánica, y sin embargo está a la altura de la de Joyce, Faulkner, Woolf y Proust en cuanto a su repercusión entre los literatos de las generaciones siguientes. El propio Thomas Mann, tras leer La Muerte de Virgilio la define como “el poema en prosa más importante escrito en lengua alemana”. Aldous Huxley reconocía en Broch su mayor revelación y conmoción al haber sido capaz de diluir las tradicionales marcas de la novela al pasar de la prosa al drama y al poema como reflejos atemporales y por ello necesarios y no opuestos de las realidades de la vida.
 En Broch revivimos aquella Viena decadente del Imperio Austro-Húngaro que sucumbiría a la inmisericorde presión de la Historia, aquella Viena de músicos, de monumentales palacios del pasado esplendor, de los coloridos cafés donde el joven ingeniero departiría con Musil, con Kafka, con Rilke, con el psicoanálisis, de Kabaretten y burdeles sofisticados. Se percibe en la obra de Hermann Broch la energía que contestará al materialismo y en su riesgo estético y ‘deconstrucción’ otea un renacimiento aún lejano. Para Broch, lo real y lo racional anulan la vivencia ‘real`, poética. Consciente de su atrevimiento, cree estar yendo, en los primeros borradores de La Muerte de Virgilio, más allá de su admirado Joyce: 

  “El arte que no es capaz de reproducir la totalidad del mundo no es arteEscribir poesía significa adquirir el conocimiento a través de la forma. A todo nuevo conocimiento sólo se puede acceder a través de nuevas formas. Esto significa necesariamente el extrañamiento y alejamiento de público tal como se lo entiende…”

 Joyce y posiblemente Einstein le ayudaron a salir de Alemania para, precisamente con la finalización de La Muerte de Virgilio, combatir por medio de la literatura la decadencia espiritual europea y forzar ese anhelado renacimiento del lenguaje narrativo centrado en la existencia y el misterio cósmico. Hermann Broch anhela resucitar el espíritu de Hölderlin, de Dante, de la tradición homérica, del mismo Virgilio; como Baudelaire, anhela, con esa misma estética desesperada, con el arte, combatir la ruinosa bajeza del crimen total(itario), histórico. Paradójicamente, la novela fue editada gracias a la ayuda de la Fundación Rockefeller, la beca Guggenheim y el PEN club.























 Virgilio ha concluido La Eneida. Vuelve de Grecia al puerto de Brindisi en compañía de Augusto. Rezuma en él la desilusión del arte y pide a sus sirvientes y amigos quemen esa obra que el mismísimo Augusto califica de “poema divino”. Broch, en su propia agonía como víctima del neo-paganismo nazi, de judío exiliado en la creciente barbarie norteamericana, establece en su obra ese puente atemporal. Hurga en el paganismo de Virgilio una respuesta a la existencia, una justificación del orden cósmico que medie entre el absurdo, la crueldad, y el increíble milagro de la vida. El campesino de Mantua, Virgilio, poeta de los dioses antiguos, ilumina al desconsolado Broch en la sabiduría de la muerte, le ayuda a aceptar su disolución en el éter primigenio, a regresar al universo después del día de la vida. Sin miedo, es decir, sin esperanzas metafísicas, sin juicio o condena, sin reencarnaciones. Pero flaquea, siente que el arte no puede trascender el plano de lo humano, de lo que es en el tiempo-espacio, que la visión de Anaximandro del silencio cósmico a donde todo, las cosas, los hombres, el sueño de los dioses regresa de acuerdo a la inexorable ley del retorno, donde pasado y presente se encuentran, es inaprehensible. El Ser descorre el velo de Maya, la ilusión de la vida inmediata ante la muerte y el fin de las cosas.
 Hay en La Muerte de Virgilio un aroma subyacente de origen búdico. Broch, irónicamente, murió de un ataque al corazón en 1951. A diferencia de su creación, de su Virgilio, se le privó de esa “lenta extinción” en el Todo que sí supo regalarnos a través de Virgilio.

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