sábado, 9 de agosto de 2014
de Las Memorias de Lord Byron, Robert Nye
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¡Ay! quisiera que el desierto fuese mi morada
y que sólo me cuidase un Alma buena,
para olvidarme del todo de la especie humana
y, sin odiar a nadie, sólo amarla a ella.
Aunque bien podría pensar que esa situación es un poco excesiva, estar solo en una considerable medida sigue siendo esencial para mí, y tal necesidad no ha disminuido por el hecho de haber sido la forma de vida elegida por mí durante largos períodos desde un principio. Las horas que pasé tendido sobre la tumba del cementerio de Harrow no son más que una muestra de lo que digo. Debo confesar que nunca he pasado varias horas con nadie sin haber sentido deseos de librarme de su compañía. Aun sintiéndome tan amigable como me sentía con Hobhouse, por ejemplo, su regreso a Inglaterra a mitad de nuestro viaje me supuso un alivio. Después de todo, estuvo conmigo durante todo un año, y, desde mi punto de vista, pasar doce meses con una misma persona es absolutamente vomitivo. En cuanto a las mujeres, ¡ay!, no es posible vivir con ellas más de lo que es posible vivir sin ellas. De todos modos, tengo vedada la compañía del Alma buena que preferiría por encima de todas las demás. Pero ya llegaré a eso a su debido tiempo, cuando corresponda.
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