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25/7/08
Tejer ilusiones cuando los pájaros despiertan al amanecer, celebrar la luz como ellos hacen al sentir vida en sí tras el letargo nocturno. Un canto que la mente convierte en palabras tras ser invadida por las primeras imágenes, una alabanza a la energía que las produce desechando las tinieblas del sueño en aras de la creación. Y aún así, ilusiones. ¡Que esa consciencia sea! El júbilo de cada célula, de cada gluón, por el despertar.
Son las 6. Restos del café de ayer y leche caduca que empieza a estar agria. Sólo una chica de la limpieza traginando ya por los lavabos. Lo demás son trinos y los gemidos oníricos de Lorena, la niña vasca de la tienda de al lado. Mi propia respiración, el ruido de mis propios pensamientos. La uastra me mira, me piensa tiernamente. Y sonríe.
Anteayer dilatamos la mañana charlando y tomando café y croissants junto a la tienda. Llamadas de familiares, recuerdos entrecruzados: Galicia, Requena, Valencia, Bétera, Olocau, la infancia, los hijos y los padres, abuelos y abuelas, los que están y los que nos dejaron, coincidencias sistémicas, aprendizajes, el ahora en una hazaña purificadora de nuestros errores de percepción. Y damos las gracias antes de partir en el silencio de cada uno.
Visitamos a un simpático inglés, Craig, en La Farinera. Dejó todo en Londres y ha montado un negocio de alquiler de motos y quads aquí. Hace también rutas con ellos para los turistas. Fuimos a por una Yamaha 650 tipo custom para recorrer la isla como dos easy riders, pisarla y movernos por ella desde otro punto de mirada. Pena, la burocracia mediterránea tiene un ritmo distinto al de la anglosajona: hacía un mes que Craig había entregado los papeles y todavía no le habían dado la licencia para circular por aquí en regla. Se había traído las dos máquinas, una Yamaha 950 todoterreno y la custom, montado en ellas, una detrás de la otra, claro, desde Londres. Su mujer e hijos estaban ya en la isla. Pasaremos a ver a Craig antes de irnos, conectamos bien con el tema motos. Si por una de esas le han llegado los papeles vestiremos cuero y botas en el juego de las máscaras.
El Toro es la cima de Menorca: 358 metros a los que asciendes por un 20% de inclinación hasta que la estatua del Sagrado Corazón de Jesús te recibe con los brazos abiertos, como la de Río de Janeiro, y donde, a semejanza de la iconografía católica, dos enormes antenas miran, una a cada lado de la estatua, a todos los habitantes de la isla, sus villas y el recorte de la tierra al mar en 360º. La antigua Nura de los fenicios---Menorca, "fuego", por las hogueras que los primitivos pobladores encendían para ahuyentar a los visitantes---yace manchada aquí y allá por alguna nube dispersa que se desliza a la altura de nuestras cabezas. "La bendición de los vientos"---Tramontana, Migjorn, Llevant, Ponent, la cruz para una santiguada---es una ceremonia anual de lo que se considera el centro espiritual de la isla, el Santuari de la Verge del Toro, adonde la gente subía en tiempos difíciles en busca de cobijo, como cuando en el saqueo turco de 1548, o los caídos en la guerra de Marruecos en 1925, o con la invasión vándala o cuando la emigración menorquina a Florida y Argelia.
Resulta curioso que en la tienda de manufacturas artesanales isleñas, sin saber nada de esto, un silencio extraño hiciera pensar, mirando y tocando los delicados objetos artesanales, que más que una tienda se tratara de un lugar de culto. Sí, más tarde Lady D me explica que el techo y el extremo final del local estaban abovedados, una antigua capilla.
Está claro, repasando datos, que Menorca ha sido en nuestra era un importante enclave geopolítico: 123 a.C.: ocupación romana; s.V d.C.: saqueos vándalos; 902: anexión al califato de córdoba; 1287: conquista aragonesa de Alfonso III; 1535: saqueo de Mahón por el turco Barbaroja; 1558: año de sa desgràcia, Ciutadella asolada por los turcos; 1712: dominación británica por el Tratado de Utrecht; 1756: una expedición francesa conquista la isla; 1763: segunda dominación británica; 1781: desembarco hispano-francés, corona española; 1798: tercera dominación británica; 1802: Tratado de Amiens, corona española.
Addaia es un nombre bonito, tiene resonancias árabes, de hurí isleña, a pesar de ser un enclave pensado para un turismo reposado de casitas veraniegas blancas y puertecitos para las salidas al mar. Encontramos un rincón de piedra y algas para comer. Pulpo, calamares en salsa americana y fruta nos supieron a gloria bendita en aquel entrante de mar. Luego, Na Macaret, Coves Noves y Son Parc, esta última una villa de golf.
Un café. Salimos huyendo de esas colonias inglesas marcadamente masivas. No encontrábamos la cala de arena que habíamos divisado desde El Toro donde reposar plácidos nuestros cuerpos. Hay lugares aquí---bueno, y en todos lados---que no aparecen en el mapa, calas y rincones que sólo los nativos conocen, a cubierto, afortunadamente, de nosotros los invasores. Son esos sitios, esos encuentros, los que te deslumbran, y rezas porque los habitantes de la isla, conscientes de esas joyas, no caigan en la tentación del mal uso del dinero, del mal entendido concepto del "beneficio", rezas porque sigan ocultando los nombres de esos santuarios naturales---prohibido bautismo alguno---a cualquier tipo de mapa, al menos hasta que sepamos sacar "beneficio" de lo que se nos regaló---no sólo a nosotros---dejándolo tan reluciente como en el día de su entrega.
Alaior, la antigua Ihalor de los musulmanes, rebautizada con el nombre actual por Jaume II para la corona aragonesa, ofrecía un mercadillo artesanal a la noche. Bonito ambiente popular en sus plazas bajo la tutela de una iglesia iluminada a imitación de la catedral de Mallorca.
Ducha en el camping, maqueaditos para un relajante paseo por las calles adormecidas donde no ves edificios sino casas de pueblo con ventanas y contraventanas de madera, tresillos en el cristal de las puertas compitiendo entre sí por la filigrana del punto, un parque solitario elevado sobre la campiña menorquina en un extremo de Alaior divisando El Toro, los tenues abanicos lumínicos de Ciutadella a lo lejos, de Es Mercadal, de Fornells, la pálida mirada de las estrellas...
Una colección de libros de un anticuario en el mercadillo. Poemas de un poeta decimonónico menorquín al que ahora conozco, la novela de una escritora barceloní, Gloria Campos, instalada en la isla desde que se enamoró de ella, ornitólogos, paisajistas, costumbristas, un cuento mitológico con grabados sobre la fundación de algunos poblados actuales... ¡La isla, cuánto amor por la isla! Leí. No compré.
A las 9.30h. estábamos en Fornells. Salíamos en catamarán hacia la cala Turqueta, una de esas que no están en el mapa y a la que sólo se accede en barco. A la salida de la bocana tuvimos la suerte del viento y disfrutamnos del suave empuje y fricción de los elementos, agua, aire, tierra en la circulación diaria, el diálogo continuo entre isla, cielo y mar. Tendido al sol sobre la red de proa o colgando sobre un alerón lateral, el añil de mar adentro se hacía tinte púrpura con el reflejo del casco.
Dos estrellas, gruesos dedos más grandes que mi mano e intenso naranja sin puntas, me aguardaban escondidas bajo una roca al sumergirme en cala Turqueta. Buscar con aletas, buenas gafas y tubo, hacen la diferencia. La grácil moción de un pez en el agua, casi sin esfuerzo rodeado por otros peces de variados tamaños y colores a comprobar si eres comestible o si eres patrón a seguir, señalado por Posidonia---el inagotable manto de algas marinas---obliga al ejercicio por no quedar helado en la contemplación de la dimensión submarina.
Caldereta de marisco con arroz, copa de mascarpone con mermelada de tomate mirando a la bahía de Fornells: el día del homenaje, es decir, un gasto extraordinario por viaje compensado por la degustación sin límites del producto típico del país. Memorable digestión en el pueblo, a orillas de la bahía, baño incluido, y posterior rehidratación a base de limonada, horchata y agua en la placita del paseo marítimo por el exceso de sales desprendido con el marisco.
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