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27/7/08
Santo Tomás, al oeste de Son Bou---las calas más cercanas al camping---recuerda la costa levantina, una playa de arena que, en el caso de Son Bou (4 Kms), estira el litoral. Son núcleos turísticos, aunque aquí, cuando se dice turístico hablamos de casas bajas, separadas o semi, blancas, que apenas impactan en la costa si comparamos con otros lares. Aún así, una cadena de hoteles ha dejado huella en Santa Galdana, Son Bou o Santo Tomás dejando caer en esta planicie algún que otro monstruo post-lítico quebrando cielo, árboles y arena.
Sombrilla, fruta, sardinas y tomate entre pan, baño y sueño de verano. Sencillo, muy sencillo. Al atardecer caminamos hacia Punta Talís, uno de esos lugares secretos de los que sólo tienes conocimiento en el boca a boca. Dibujando el perfil de la isla, sobre sus promontorios rocosos, accedes, paralelo a una senda de caballos, a este lugar.
No llegamos. Oscurecía. Al volver, el astro nos regaló su ocaso sobre Ciutadella, a lo lejos, cerrando lentamente su ojo de fuego anaranjado sobre el horizonte. Dicen que es allá, por el Cap d'Artruxt, donde el el espectáculo crepuscular alcanza su máxima potencia. También desde El Toro debe ser impresionante.
No encontramos el mercadillo nocturno de Mahón. Volvimos a pasearnos por toda su franja portuaria soñando con veleros de doce metros y viajes a Itaca, con vivir en el mar, de isla en isla desprendidos de toda atadura, entregados a sus mareas, a Posidonia y la obtención de "puu" para la tradicional forma de pesca menorquina.
El sábado 26 lo dedicamos a no mover el coche, a charlas con nuestros vecinos vascos, Lide y Eduardo y su hija Lore, expertos camperos de Easo (la antigua Gipúzcua de los historiadores griegos y romanos: Oiasso, Oeaso, Oiasson, etc.), con sus amigos de Venezuela, ciudadanos barceloneses ahora rememorando sus tierras. Lo dedicamos también a tareas domésticas e higiénicas, un gazpachito andaluz y roastbeef salsero en la piscina del camping, a hacer crucigramas y dar de comer a los jilgueros y gorriones que nos visitaban sin miedo. Poco más, pero qué abundante.
A la noche visitamos Es Castell. Están en fiestas y nos regalaron, en su puerto, con Habaneras y un castillo de fuegos artificiales lanzado desde El Lazareto, el islote de enfrente. Lugareños e ingleses, jóvenes y ancianos compartimos por igual esa forma de nostalgia cantada por los que volvieron de la lustrosa América dividiendo así su corazón. Desde las barcas en el agua a las terrazas del paseo en la pequeña rada, el gentío seguía plácido las melodías de los habaneros menorquines.
Hoy quizá marchemos hacia el norte de Ciutadella, entre Punta Nati---el faro que nos queda por reverenciar---y el Cap Gros, recalando en Algaiarens, En Carbó y más allá la Cala del Pilar, aquellas que hemos visto nombradas o fotografiadas en uno u otro mapa.
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