tus aspectos tienen constancia de tí, se relativizan sin método construyendo tu templo personal. A tu esfera advierten de presencias sin plantearse tamaños, tan sólo posibilidades de uso, sin desplazarte. Soportan tu peso en aras de gravedad, tu pétrea variación porque ruedes en tu aparente superficie: la alisas, la encrespas, la endureces a tu suelo anclado. Te tantean hipótesis en forma de veladas sugerencias, atraviesan tu esfera: vas a erigir otro hito en el camino, un complemento a tu espacio, una palanca de apoyo con que mover el mundo. Se te hace la tierra rampa de números alborotados que no encajan en tu templo, detalles que se construyen adición tras adición, tus rudimentos mentales chispeando en el pedernal, tu obsidiana de los más puros reflejos quebrándose de tanto uso
tus fértiles nociones juegan con la materia, un nuevo aspecto que corroborar, una nueva estatuilla en tu altar: brilla esta noche Venus como nunca, ha reconocido tus fálicas representaciones de su poder
caracterizas mi templo con inalterables tempos como témpanos sordos a mis lamentos, con elementales cámaras de desintoxicación mundana, pequeños ábsides de ovalada planta donde refugiarme. Has pavimentado mi suelo con exquisitos minerales que nutren mis fachadas: sonrío. Con delicados ortostatos en lajas que tienden a la horizontalidad premisa de tu mismísima gravedad, peso que sólo la altura aligera. A mí accediste bajo el trilítico dintel de mi vanidad, entre mis jambas que robustas creías. Me observaste, descorridas las cortinas, mientras perforabas las finas lajas a mi sangre ancladas. Y dejaste la puerta abierta por donde las estrellas entran. Se demostró el techo inútil: descubría la infinitud, todo es templo. De ese espacio me aprovecho sin complejidad alguna, tal lo vi en tí, la comprensión de una certeza extramundana cuya belleza tan sólo se puede sentir. No hay allí huecos, toda información aquí y ahora sin cronologías: la perfecta arquitectura
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