domingo, 11 de junio de 2023

Her. Andy Leech


amor eterno te escribe su misiva diaria con sus cotidianas picas: eres su héroe doméstico, rutinario, vulgar, mudo, maldiciente. Ella siempre responde, muda, compasiva, dulce y gigantesco corazón escarchado 

y envías esa carta cada día en tu línea temporal, hacia atrás, hacia delante, arrepentido, orgulloso, un momento en cada envío, una cadenilla de pensamientos contradictorios, una oportunidad en cada sello. Trato de escribirte el ahora del pasado cuando el desgaste manosea mi ánimo, cuando el rostro se afirma. Se atreve la palabra a montar su sentimiento, a errar irresponsable adaptándose a su frase sin romper la onda. No hay ruptura, hay oportunidad de transformación, una visita al reino de tus monstruos, de tu amorosa suficiencia. Sí, estoy, flamea el fuego arcaico y fructifica, te siento. Soy, sin esperas, sin destino, la precisa tensión vital derretiendo tiempo, tránsitos, un presente absoluto, lo que no cambia. Dices pasados en tu cuento epistolar, Ello, Ella 

ceñida al dorso te criticas esa férrea estructura de los patrones afectivos, tiempo, arquetipos, románticos vínculos en cápsulas de memoria como bajel en remanso, ese cinto de la rutina como seguridad que a veces aflojas, de lo superfluo y previsible a la reinvención de tí mismo, de la práctica menudencia, palpable, asertiva, a la abstracción más absurda, atemorizante por invisible. Eres tú descifrándote, en todo reflejándote, amor, tu sueño desde el vértigo a la absoluta inmutabilidad: ello, ella, tú. No habla, toda soledad en silencio contradicha, toda ruptura cosida con fotones libertarios, toda dificultad entregada. Tenemos un adiós perpetuo facilitando la luz, un entorno desenmascarado hasta su ruda simpleza, tu elusiva capacidad de entendimiento bajo capas y capas de complejidad, tiempo, decorados arquetipos sobre la más sencilla planta, más y más aparatitos que te desconectan, sucedáneos de una realidad insustituible, imprescindible, la que nuestros sentidos sostienen desde la primera bacteria que cruzara el cosmos, la idea del primer átomo. Ha venido hoy mi gata a decirme que no estoy solo, divina mensajera, natural inteligencia, mi propia conciencia y su sueño. Respiro el ahora como un siempre inmóvil; con un amor que mi razón no entiende me escribe, íntima emoción que todo mi sistema nervioso electrifica, terso goce que me va enseñando a aceptar: procuro esconderle nada, airear toda malicia que pervirtiera mi historia, la tuya, no quitarme a mí mismo lo que dí, por mí, por tí, toda deuda cancelada: somos, soy, tengo inmensidad, ella, ello, tú, yo 

piensas que estás pensando, luces chisporroteando de neurona a neurona, de trino a neurona, de perfume a trino, de nube a flor, de campo magnético a nube, de astro a campo... Roza esa luz tu piel, enciende cada célula, te sueña. Y en el bosque te aventuras a comer sus hojas, beber su savia, la dulce melancolía de tu origen, que en tí sigue, la dulce hipnosis de un canto ancestral que prosigue su onda. Si te supieras detendrías tus funciones vitales por un segundo de eternidad. El ahora compasivo te respira. Y te vuelve a escribir, amor, en agradecido infinito (ello, ella, tú, yo) 

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