tu posterioridad es una mente en vano, un mariscal sin campo de batalla, un falso nombre pomposo y descalcificado. Pierde juicio tu parlamento, se va desdentando tu boca en favor de una piedad que todo disculpa, la blasfemia del silencio, una teogonía del todo como física de ignotas subpartículas en las que te diluyes. En traviesos segundos te corrompes inquisitivo, vieja costumbre, al condenar te engrilletas sintiéndote vivo, a salvo, lengua de lagartija troceada en llamativos espasmos, ahogada faringe que se abrasa. Venden torreznos en la plaza
no en vano el profuso uso de las ideas andarinas, los radicales de un pensamiento profusamente razonado hasta su mecanicidad sin perder un ápice de su verdadera causa: deja lugar la materia al vacío microscópico, el terreno de lo que aún llaman magia, el terreno que usa el explotador de barro cocido, el abusador de materia con el más dialéctico de los argumentos
se acerca toro pastueño, filosofa conmigo, salta de la física a la teología entre afirmación y negación sin ver el filo de sus cuernos, el astado brillo de su luna enamorada. Se vuelve hacia la láctea presencia sin verla, desconoce su medicina, es un astrónomo desconectado. Dejó de comulgar con las estrellas hace siglos ya. Se puso de moda la materia con su baile de partículas en los salones académicos, su recién adquirido mecano con que reconstruir el mundo, corregir el yerro, seguir errando en el tiempo hacia los espacios recién abiertos: ahí van jubilosas las ideas saltarinas
se vuelve el toro retinto hacia su isla micénica: imparte lecciones del despertar, aleja las dudas en su anfiteatro de eternidad tal magia chamánica de la inmanente y exuberante naturaleza de su entorno. Sirve a su principio regio: la vida, arcanos por tus células aprobados, doctos sorbos de naturaleza no intervenida, revelaciones sin texto
de donde entras la pomposa influencia de un orden dado con su vana posterioridad, el movimiento que compone tus escritos, la difusión de un puntito más de luz en la noche estrellada, tu momentánea fuga para traer tu sospecha metódica al juicio mundano. Le das nombre al susurro, se ha erguido el mariscal con su uniforme de gala
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