miércoles, 16 de octubre de 2024

Cardenal rojo (CONFONÍA de las aves)

construye tu hembra incesante realidades ocultas entre la vegetación, probables alturas a tus suelos; te fabrica con cachitos de realidad la hierba que pisas, forra incluso con sentidas fibras tu esfera de acción. Ella pone los huevos que con su intransferible tinte personal marca en los extremos de tu percepción. Hay un aroma a lavanda alrededor de esos cascarones de donde partieron tus más brillantes números. Ella mide cada pulgada de tus aproximaciones a tierra, te incuba de nuevo de extáticas brevedades; sus períodos, eónicos o microsegundos, contienen siempre eternidad. Me crecen seres como días recién nacidos, crío momentos como nidos interconectados. Procura tu macho cuidar, alimentar ese saber inefable, la inmensidad de su emoción. Siguiente puesta

el púrpura ocasional de mi vestimenta atestigua ese tránsito cardinal, reconoce su simpleza con vívida familiaridad desde un centro ilocalizable. Sí, en todo momento me habita como la más profunda intuición. En bosques, jardines y pantanos me encuentra

tu longevidad es un registro silvestre, vives el tiempo en ejemplar cautiverio con la necesaria tasa de supervivencia por hallar su estima, ejemplar es tu mortalidad implicando períodos de vida 

van hacia el norte hoy los mirlos dando cuerpo a mi mirada, distinguidos centímetros de color y formas sin género, sin dimorfismo en ese plumaje celeste, un brillo opaco mezclándose con el café. Tomo granívoro mis primeros insectos del día, la fruta de estas tierras que mi canto delimitan, todo un cortejo de pico a pico compartiendo semillas. Aprecio esta jaula en que mis sentidos desovan más allá de cualquier prohibición

nací emparejado a esta realidad con el único margen de sus frecuencias, viajo en ella desde siempre, cortejo de cantos que se ganan mi afecto de pico a pico, el exitoso apareamiento de las formas en los períodos de vida

soy ave territorial de fuerte silbido en la claridad del bosque, hago altas las copas de mis árboles deslimitando tierra y cielo, aprendo el canto de otras aves recreando sus matices, exploro regiones del alma mundi a cada encuentro fortuito, les asigno patrones  

mi dieta es una constante cosmológica esparciendo semillas en suelo virgen, busca el arbusto joven que los insectos adoran, las bayas silvestres y la savia que alimenta mi corteza, un comensalismo colectivo. Prefiero la trabajosa cáscara que agudiza mis dones, incluso el invierno y su aparente escasez

señales de alerta de distintas texturas despiertan del pacífico letargo, notas agudas que suben de volumen azuzando al ego que se siente amenazado: la depredación carece de etnia o género, incluso de especie, ocultas realidades entre la vegetación 

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