lo primero es, el principio del no principio que las ideas persiguen, el arquetípico creacionismo que generará al verbo, tus modelos formales de vida. A tu alrededor las cosas como reflejos en tu persecución, la espiral que ya concluyó. De nuevo el fin se reedita con todo en una tendencia infinita donde reconocerse. Y siempre tú en esa teofanía de la que apenas te percatas, ese aliento incesante. Las cosas y sus modos girando en tu percepción, apareciendo y desapareciendo como por arte de magia tal los fundamentos que les atribuiste con la mejor intención. Estás, no estás, categorías como arena entre los dedos
no entiende la naturaleza como azar tus lamentos, ni tus formas con principio y fin, no concilia tus lógicas contradicciones sin tu aprobación, no te honra como ser superior, ni ratifica tus supuestos sin tu aserción, ni se divide según tu obra
filosofo mis panteístas teosofías como hijo del aire, me educo en sus monasterios arbóreos, esas palatinas escuelas de tierra y agua, de aire y luz. Me intervienen con psicológica cirugía sanando maltrechos tejidos, me sostienen en el difícil equilibrio vital. Su respuesta evade cualquier pregunta, inspira el aire y lo depura en un gesto conciliador. Pero me encarga imperiosa signo, obra, la lectura del tiempo; busca pensadores, busca traductores para nuevos basamentos, diálogos con sus acólitos que renueven la forma, la articulación de la realidad, la vía de ascenso en su dialéctica, la sierpe que en el tronco, inamovible, gira
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